Del Querétaro nuevo que deseamos conservar

Nuestra ciudad, me parece, ha tenido la costumbre de estar más tiempo utilizando una vestimenta formal que una casual en cuanto a los espacios públicos que puedan propiciar una mayor convivencia.

Durante muchas décadas contamos con jardines, aunque hemos carecido de parques que nos permitan mantener un mayor contacto con la naturaleza y rescatar la convivencia familiar al tiempo de crear mayor conciencia sobre la relación que debemos tener con nuestro entorno, más allá de la vida cotidiana en el ir y venir de ruidos, automóviles, gadgets y más.

Me remonto a mi infancia e intentando hacer memoria de lo que podíamos conocer y disfrutar hace casi cincuenta años, cuando los amigos de entonces nos aventurábamos más allá del primer cuadro de lo que hoy conocemos como el Centro Histórico.

Vivía a una cuadra de varios jardines: el Guerrero, Obregón, Santa Clara, el de San Antonio y el de La Corregidora, de los cuales, solo el primero nos permitía el lujo de realizar juegos, tales como estrenar pelota con frecuencia gracias a la responsable vocación de algunos gendarmes que nos garantizaban que el balón que se atreviera a rodar por ahí, estaba destinado irremediablemente a no volver a casa de su propietario jamás.

Ello nos obligó a abandonar con triste resignación el fútbol callejero. Sin embargo, había una pista de patinar donde dábamos vuelta y vuelta hasta cansarnos u obtener una rodilla con características de chamarra tamaulipeca que requeriría de una buena lavada y aplicación de Merthiolate para dejar un colorido testimonio de nuestro tropezón. Recuerdo que había un quiosco que nunca llegó a ser importante en el entorno inmediato, pero sin duda, era parte del paisaje urbano del lugar.

Por otro lado, era difícil pensar jugar en el Obregón, hoy de nuevo Jardín Zenea, ya que su vocación era más de carácter social al reunir a una serie de personajes, cuya responsabilidad era compartir los acontecimientos que esta ciudad presentaba y no era del todo agradable que los niños anduvieran corriendo  en un lugar que tenía  tráfico vehicular en los cuatro puntos cardinales. En el de San Antonio, la dinámica de fábrica de hielo que había en el lugar, limitaba  también un poco las posibilidades de correr como lo exige cualquier niñez que se digne de serlo.

En La Corregidora, o de Las Águilas, como le decíamos algunos, la solemnidad del monumento impedía que dichos alados personajes pudieran siquiera picotear el balón en turno y, el cercano jardín de Santa Clara, que desconozco a quién se le ocurrió en alguna remodelación, hacer dos espantosos socavones o algo así, ofrezco una disculpa a los especialistas, pero dichos espacios eran un riesgo permanente para cualquier chamaca o chamaco y fueron los baños públicos más utilizados en la zona, por lo que se pueden imaginar, no resultaba agradable para nadie.

Sin embargo, creo que no aplica la palabra "parque" en aquellos espacios -que hoy día guardan historia y anécdotas de la vida cotidiana en la zona urbana- ya que poco aportaban al contacto con la naturaleza, salvo el tiempo que sus árboles dieron cobijo a las ruidosas parvadas de tordos que nada colaboran con la serenidad que uno pretende obtener al observar las diversas especies de aves que aún habitan esta ciudad en pleno crecimiento.

En fin, considero que los espacios que pueden cubrir el término "parque" son el Bicentenario, recién cumpliendo su primer lustro, el cual tiene una serie de atracciones para las familias, así como El Cimatario y el de La Joya y La Barreta. Estos dos últimos ofrecen disfrutar de la presencia de flora y fauna y nos invitan a crear conciencia sobre las tareas de conservación natural. Se antoja que podrían tener espacios de amortiguamiento para buscar fortalecer la necesaria conciencia de conservación en una sociedad preponderantemente citadina.

Pero déjenme soñar, nuestra ciudad merece un poco más de dosis de días de campo para sus familias e inclusive valdría la pena un hermoso jardín botánico que nos ofreciera una alternativa para la contemplación y el silencio, remedio para disminuir el ímpetu y el deseo de sonar el claxon a la menor provocación.

Sí nuestros hijos y sus hijos se dieran el lujo de disfrutar un poco de esa paz, del viento suave, del color y el olor de la flora y la belleza de la fauna que aún nos rodea, junto con un buen libro que leer o una buena caminata, estoy seguro que gozarán mañana de una comunidad más respetuosa, armoniosa y tolerante, como parte del Querétaro nuevo que deseamos conservar.

*Director administrativo Desarrollos Residenciales Turísticos (DRT)

Twitter: @Gerardo.Proal

Blog: http://gerardoproal.tumblr.com

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