Donald Trump seguramente pensó que podría iniciar su campaña de reelección presumiendo haber desnuclearizado a Corea del Norte, aislado y contenido a Irán y derrotado al “socialismo” en Venezuela, todo sin haber disparado un solo tiro y obligando a los más recalcitrantes líderes a doblar las manos y negociar con él. En vez de ello, en semanas recientes han aumentado las posibilidades de una acción militar en cada uno de esos focos globales de tensión. Y en ninguno es ello más evidente que en el conflicto con Irán. La gran paradoja es que esto se da con un presidente que ganó la elección prometiendo, entre otras cosas, desplegar tropas en el extranjero sólo por necesidad y no por vocación.

El año pasado, Trump sacó a EU del acuerdo nuclear de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas más Alemania con Irán (JCPOA, por sus siglas en inglés) bajo el pretexto de que quería lograr, en su peculiar léxico, un “mejor trato”. Pero ha autosaboteado consistentemente esa posibilidad al envenenar sus relaciones con Europa, su principal aliado, y a minar todas las condiciones favorables para propiciar conversaciones y negociaciones con Teherán. Hace dos semanas, Washington revocó las exenciones de sanción a los cinco mercados de exportación de petróleo restantes (entre ellos China, Japón y Corea del Sur) de Irán; en abril, Trump designó a la Guardia Revolucionaria de Irán como una organización terrorista. Ahora ha enviado bombarderos y un portaaviones al Golfo Pérsico. Como era de esperarse, en lugar de poner de rodillas a los líderes de Irán, la beligerancia de EU los ha hecho endurecer sus posiciones. El presidente Hassan Rouhani —quien defendió el acuerdo nuclear y ahora ha comenzado a sonar como un halcón— dice que Irán ya no cumplirá con los términos del JCPOA y que están listos para reanudar su marcha lenta pero constante hacia la obtención de un arma nuclear, lo cual podría provocar una acción militar punitiva por parte de EU o Israel.

Pero más allá de la dinámica de confrontación potencial en esa región del mundo, hay dos factores adicionales que explican la aparente desconexión entre la promesa de Trump de no involucrar a EU en “más guerras interminables” y el hecho de estarle cerrando una a una las salidas al gobierno iraní. Primero, no es una coincidencia que el mandatario se retiró del acuerdo hace un año, poco después de que designara a John Bolton, Asesor de Seguridad Nacional, y Mike Pompeo, Secretario de Estado, a dichos cargos. Bolton, que piensa que la ONU “no existe” y que habría que bombardear a Irán, lleva años agitando a favor de derrocar al régimen de Irán; Pompeo se pregunta en público si “Dios escogió a Trump como a la reina Esther para ayudar a salvar a los judíos de la amenaza iraní”. Y mientras Trump parece más proclive a una relación de toma y daca con Teherán, Pompeo y Bolton han comunicado motivaciones ideológicas y objetivos contrapuestos a esos impulsos transaccionales de su jefe. Y segundo, un Irán que se vuelva más beligerante parece ser a lo que están apostando los dos principales amigos de Trump en el Medio Oriente, el rey Salman y el primer ministro Netanyahu, abonando con ello a los objetivos estratégicos de ambos países. Cualquier conflicto de EU con Irán dañaría a su archienemigo, y en el caso saudí, aumentaría los ingresos petroleros de Riad. Mientras que Bolton, Pompeo, Arabia Saudita e Israel parecen saber lo que están haciendo al cilindrar a Trump, la gran pregunta es si éste entiende el curso de colisión en el que lo están embarcando.

Dale siempre una salida a tu enemigo, aconsejó Sun Tzu. Hoy, el riesgo de un error de cálculo es elevado y creciente, sobre todo dado que los canales de comunicación oficiales entre Washington e Irán están cercenados. La diplomacia —o falta de ella— podría acabar siendo dictada por intransigentes, al riesgo de tropezarse con una guerra. Urge que la comunidad internacional ayude a encontrar salidas y medidas de distensión antes de que sea demasiado tarde.

Consultor internacional

Google News