A Manuel Camacho le gustaba hablar de los nudos del sistema político y su metafora ganó fortuna. Este país tiene nudos que no logra deshacer ni cortar. Son ataduras que impiden el correcto desarrollo del proceso político. Hay algunas tan endiabladas cómo el entramado de intereses que permite a Félix Salgado Macedonio volver a presentarse como candidato por Morena, después de haber presidido un fallido gobierno municipal de Acapulco, encumbrado entonces por el PRD, que lo llevó no sólo a perder muchos kilos sino a pedir desesperadamente la intervención de la policía federal. ¿Qué puede ocurrir en Guerrero en los años que vienen si el gobierno lo ocupa alguien que fracasó ostensiblemente en su gestión? Es intrigante que, por las particularidades del sistema de partidos, pueda volver a presentarse como si fuese una novedad y que los guerrerenses crean que existe alguna posibilidad de cambio.

Es un enigma típicamente nacional el por qué la gestión municipal o territorial o el desempeño legislativo pesan tan poco en la carrera política de un individuo. En casi cualquier otro país un desempeño mediocre sería el camino más directo a la jubilación, pero en México todo vuelve a tener un color diferente cuando renacen las ambiciones electorales. Los fracasados que controlan estructuras piden nuevas oportunidades y los viejos enemigos adquieren un nuevo rostro y se presentan como titánicos conversos de las nuevas tesis. Hay que oir en la radio la propaganda del partido religioso que forma parte de la mayoría hablando de la vida; o de los verdes defendiendo la histórica cuarta transformación después de que hicieran de paladines del Pacto por México.

El nivel de cinismo es muy elevado. Se necesitan jugos gástricos enormes para digerir todo eso, o callar prudentemente para no arruinar una carrera ascendente. La izquierda ha demostrado (tanto en su vertiente politica como intelectual) que en materia de servilismo no es muy diferente que otras familias políticas. Por eso entiendo cómo la gente que desde la izquierda ha defendido la regeneración del país (como una tesis deseable) pueda callar como momia ante estas aberraciones. El presidente tiene todo el poder y por tanto no hay en estos momentos condiciones para (en nombre del mal menor) mantener esas alianzas con actores del pasado y los oportunistas de turno. Hay momentos en política en los que se puede sacrificar parte de la coherencia por conseguir un objetivo superior. ¿Pero qué ganan en Guerrero postulando un individuo cuya trayectoria es ampliamente conocida en los últimos 25 años? Ganan poniendo a un personaje que representa una generación que sigue cargando todos los odios y todos los prejuicios de la transición, un personaje que ya litigaba en los tiempos de Zedillo en el Senado y que por tanto, como la mayor parte de los liderazgos de esta cuarta transformación, está mucho más anclado en las batallas de otra época que en el porvenir del país.

El principal nudo es generacional. México no ha logrado una renovación generacional ni con la transición que iniciaron los tecnócratas, ni con los gobiernos panistas mucho menos con el retorno del PRI y ahora la 4T, que nos ofrece a los viejos liderazgos recreados en el discurso presidencial, porque al igual que los priístas de otro tiempo su discurso es repetir lo que el presidente dice. Pero son los mismos de toda la vida. Los mismos. Los resultados serán los mismos, solo cambia el membrete.

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