Es el caso más dramático e ilustrativo del proceso electoral más caótico y menos confiable de nuestra historia reciente. Si lo pusiéramos en términos cristianos: un desmadre.

Que, sin embargo, no es producto de la casualidad sino engendro de la causalidad. Es el monstruo creado por la frankensteniana partidocracia que —además del presidente— manda en este país desde los pactos oscuros del 88.

Está claro que el régimen de partidos ha decidido perpetuarse como forma privilegiada de gobierno, por lo que a través de uno de sus grandes cotos de poder que es el Congreso y con la complicidad del Instituto Nacional Electoral diseñó un esquema de simulación democrática en el que se busca aparentar la participación ciudadana más allá de los mismos partidos. La trampa está en la exigencia descabellada de 866 mil firmas que nos ha llevado a la más absurda de las contradicciones: hoy tenemos a saber a una contendiente calificada y a dos descalificados, pero a tres delincuentes electorales; Margarita Zavala presentó 1,578,774 firmas, de las cuales fueron inválidas 708,606 y sólo se reconocieron 870,168 que, no obstante, fueron suficientes para que alcanzara su registro con apenas cuatro mil más de las requeridas, haiga sido como haiga sido; el caso de Jaime Rodríguez El Bronco, es el patetismo al revés, 2,034,403 presentadas, 1,198,892 rechazadas y “solo” 835,511 reconocidas lo que lo dejó a escasas 30 mil del registro; para su consuelo, a Armando Ríos Piter sólo le admitieron como buenas 242,646 firmas y en cambio le invalidaron la escandalosa cifra de 1,522,953.

La pregunta ahora es qué procede con 3,430,451 intentos de engañar a la autoridad electoral: ¿Hacerse de la vista muy gorda y sólo admitir las firmas legítimas e ignorar las fraudulentas?; ¿darle el registro a candidatos que intentaron un engaño de proporciones tan gigantescas, que trasciende lo electoral para convertirse en un tema de moral pública?

Y, claro, el cuestionamiento de fondo es si debe cancelarse la posibilidad del registro a los tres candidatos que presentaron firmas falsas. Yo digo que sí. A menos que ahora se cree una jurisprudencia que establezca que en este país se puede ser medio tramposo sin consecuencias; y que a partir de ahora todo se valdrá en una lucha campal sin reglas durante la madre de todas las batallas por la Presidencia que formalmente inicia el próximo 30 de marzo.

La brutal paradoja es que el rechazo a los independientes sería darle la razón a la partidocracia. Aunque en el caso de Margarita Zavala, el PRI y el gobierno confían aún en provocarle una enorme sangría de votos azules a Ricardo Anaya, que se ha convertido en su rival obsesivo.

De cualquier modo: la enorme confusión de lo que puede o no puede hacerse o decirse en los tres periodos absurdos de precampaña, intercampaña y campaña; las reglas abusivas para impedir la postulación de candidatos verdaderamente independientes y no solo resentidos de sus partidos; y la muy probable exaltación de la trampa como norma nos plantean un panorama tan negro como desalentador.

El 2018 puede pasar a la historia como el año de la gran simulación gatopardista: que todo cambie, para que todo siga igual.

 

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