Ana Lilia. Una mujer más. Un nombre más. Apagada en plena juventud. Ejecutada en su casa por su peor enemigo. Muerta a manos de su esposo, el padre de sus hijas y dueño de su vida.

Ana Lilia murió desangrada, víctima de un feminicida y de la negligencia de las autoridades que se niegan a combatir la violencia terrible que arremete con particular saña contra las mujeres de la zona serrana. Esa violencia que les impide acceder a oportunidades, que las despoja de su libertad, de su seguridad, de su salud, de su dignidad y de su vida.

La violencia feminicida que se origina en una sociedad que ve a las mujeres y niñas como objetos, como propiedad, como desechables, pero que se agrava con la complacencia de los gobiernos que no entienden ni atienden las fallas estructurales que limitan a las mujeres el acceso a oportunidades, a atención y a la justicia.

Gobiernos que basan sus programas, no en el deber hacer, sino en el pretender hacer. Gobiernos que no ven a las mujeres como personas sujetas de derechos sino como votos a cambio de dádivas. Gobiernos que ignoran e incumplen su obligación de garantizar el goce pleno del derecho a una vida libre de violencia para todas las mujeres y niñas.

Gobiernos que, en discurso vacíos, lamentan los feminicidios de dientes para afuera. Gobiernos que cada vez que una mujer muere, prometen que un día, a su entera conveniencia, tal vez harán lo que les toca.

Ana Lilia, igual que Carmen, que Valentina y tantas otras, fue asesinada en el corazón de la Sierra Gorda, en medio de un lugar que parece el Cielo, pero que en realidad es un infierno de violencia de género. Un lugar hecho paraíso por la mano de Dios y convertido en Averno por la omisión total de las autoridades. La puerta al inframundo de la violencia contra las mujeres y niñas más desprotegidas de nuestro estado.

Las mujeres de la Sierra están abandonadas por las autoridades, sin posibilidades para cambiar su condición y posición frente a la sociedad y sin instancias que las orienten, atiendan y protejan de sus agresores. Y mientras ellas exponen sus vidas todos los días, la responsable de atender el problema se pavonea entre lujos y desayunos inútiles, burlándose de la miseria de las que no tienen ni siquiera su lástima, ignorante del sufrimiento y la desesperanza de las mujeres serranas, inmune a su dolor y a su desesperación.

Ana Lilia, Ana Lilia, Ana Lilia. Ese era su nombre. Otro nombre de una mujer asesinada y que resuena como un eco terrible entre las cañadas de la Sierra abandonada.

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