El más reciente es el de su nueva y definitiva repulsa a usar el cubrebocas. Ya estamos en el caos y tal vez lleguemos al desastre. De lo que estoy seguro es que el juicio de la historia será muy severo, al sentenciarlo por su lamentable y desamoroso manejo de la triple pandemia del coronavirus: la sanitaria, la económica y la social.

Para quienes teníamos la esperanza de que su contagio lo sensibilizara como Jefe de Estado, ¡oh desilusión!, nuestro presidente regresó todavía más egocéntrico que antes: “Yo no usaré el cubrebocas, porque yo ya me curé; yo ya no contagio; yo no voy a ser como otros presidentes que ya se vacunaron”. Hasta cuando le plantearon que su vocero López-Gatell había asegurado que incluso los vacunados tendrían que usar cubrebocas, replicó: “No, y respeto mucho al Doctor Gatell. Es muy buen médico y ha ayudado mucho para conducir este proceso”.

Lo cual tampoco es cierto: México rebasó a la India en el número absoluto de muertos con más de 160 mil y estamos en tercer lugar mundial; nos acercamos a los dos millones de contagiados; su nefasto López cometió crímenes colectivos imperdonables como cuando en marzo prohibió a los laboratorios particulares hacer pruebas para que no supiésemos de la amenaza que se nos venía encima; durante meses nos mintió con las cifras; envalentonado se peleó y amenazó a los gobernadores; y lo peor, jamás hizo un pronunciamiento contundente sobre la necesidad del uso del cubrebocas. Mientras que científicos de todo el planeta establecían: “Cuantas más personas usen mascarillas, más protegida está la comunidad y por lo tanto más personas nos beneficiamos como individuos”.

No, Hugo López-Gatell no es un gran médico, es un operador político y de obediencia ciega a los caprichos de su jefe. Es un mensajero de cuarta, al servicio de la 4a.

Por ello, el desdén ofensivo de los López a la carta en la que más de 400 médicos, científicos y académicos proponen al Presidente siete medidas para replantear su estrategia —si la hay— y enfrentar al Covid 19; entre ellas, fundamentalmente, el uso de cubrebocas. Las respuestas son dignas de análisis psico-lingüístico: “No se hará obligatoria esta medida porque México es un país de libertades”. Confunde la libertad con libertinaje; porque de ser así ¿podremos pasarnos los semáforos impunemente; portar armas a la vista de todos; evadir impuestos porque atentan contra nuestra libertad? Más aún, el Presidente argumentó su frase favorita: “Prohibido prohibir”. Ahí también trae una confusión de lenguaje. Nadie le está pidiendo que prohíba nada. Se le demanda que ante una pandemia global y nacional que puede extenderse por años, se haga obligatorio el uso del cubrebocas. Confunde obligación con prohibición.

Aunque este no es el primero y brutal episodio. Su pecado original fue la cancelación del NAIM en Texcoco; que, por cierto, ahora llevaría cuatro meses funcionando con tres de siete pistas. Un proyecto que nos hubiera convertido en uno de los “hubs” más importantes del planeta. Un diseño espléndido del Arquitecto Foster, que fue echado al bote de la basura, para dárselo sobre las rodillas al teniente González. Un error histórico para el desarrollo del país.

Así que llevamos dos pecados. La pregunta es: ¿cuántos más? Porque ahí vienen: la contrarreforma eléctrica, la eliminación del outsourcing y la censura a las redes. De Santa Lucía ya ni hablo, porque ese es negocio privado, propiedad del ejército.

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