No hay huracán más violento que el que se vive en comunión con el amor.

Cuando tenía 9 años, me enamoré perdidamente de José Antonio, el hermano de Sheila, mi mejor amiga. Me había prestado su vinil de Parchís, el cual yo cuidaba con especial mesura. Lo escuchaba todos los días y como buena melómana noté que un fragmento de una canción cantaban un pasaje de Mazinger Z, de los Persselers,  banda que cantaba en español el tema del ànime.

Fui corriendo ese jueves a las cuatro de la tarde a compartirle el hallazgo. Se quedó atónito cuando lo escuchó, pues no había notado la estrofa, pero, enardecido y enojado, me gritó: “¿Qué le has hecho a mi disco? Lo has echado a perder, le has grabado eso”.

Me asustó su tono de voz y me estremecí, me echó de su casa muy molesto y yo salí corriendo a ocultarme entre las cobijas de mi cama, llorando desconsoladamente. No entendía su actitud, dejó de hablarme. Lo seguí queriendo a pesar de que dejó de hablarme y fue novio de mis mejores amigas…

Desde niños, tomamos la forma del amor como se presenta, así, sin ninguna inducción, índice o manual. Incluso, se ha descubierto que la forma de relacionarnos amorosamente será como lo hayamos aprendido con nuestros padres.
Amamos por necesidades: de salvar, de ser salvados, de aprender, de reconocernos, de rejuvenecer y pocas veces por madurar. Amamos por soledad y nunca por crecimiento.

Los difíciles de amar
Los difíciles de amar
Crédito: Esmeralda Neresis

Las personas nos sentimos bien cobijando esa frágil masculinidad; de alguna forma nos volvemos protectoras de sus miedos, de sus ausencias y de sus requerimientos afectivos. Los volvemos seres sufrientes que son incapaces de mostrar amor y ternura.

No sabemos que a esas personas tan difíciles de amar no se les han proporcionado herramientas y habilidades para mostrar afecto, son torpes para resolver sus conflictos internos, que podemos ver entre lágrimas y palabras llenas de promesas.

Creemos que nuestro amor será la fórmula mágica para poder sanarlos, que la fortaleza y sabiduría que nos antecede los ayudará para conectar con su ser interior; no sabemos que eso se vuelve una lucha y que en esa lucha habrá un perdedor con heridas de gravedad.

Justificamos su violencia como si fueran animales que debemos domesticar, esperamos que con el tiempo encuentren nuevas formas para recorrer esa senda que desde su educación patriarcal está enganchada a ellos y ellas.

Cedemos el poder para que sean importantes, nos diluimos ante ellos. He visto a muchos sumirse en la nada existencial para que estos existan. Les regalamos nuestro tiempo y disponibilidad, entregándonos a ellos en constante entrega total.

Sufrimos siempre, nuestro dolor muchas veces es silencioso, pues tenemos miedo de sentirnos juzgados por luchar por ese amor, los que nos aman se sienten agobiados, pues no pueden rescatarnos, nos ahogamos, se terminan las fuerzas y nuestro valor personal, todo queda en el rostro empapado de llanto en la intimidad de la habitación oscura.

Y así vamos coleccionando accidentes en nuestra vida, porque no sabemos sobre qué se puede construir el amor. El hombre-mujer violento no sanará con el poder del amor.

“Alguien es todo a la vez y todo pasa después…”,  Silvio Rodríguez.


*Artista visual, escritora y terapeuta.

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