“Sí merezco abundancia; sí merezco abundancia”, es mantra repetido hasta la náusea en las hojas de varias libretas Mont Blanc que plasman la huella de la obsesión infinita de una mujer ambiciosa.

Karime Macías Tubilla, esposa del ex gobernador, Javier Duarte de Ochoa, prófugo de la justicia, era sistemática al anotar de puño y letra, el testimonio de su desmesura.

Los diarios registran tareas personales de la Primera Lady y su marido, comidas y eventos sociales con ricos, famosos y miembros conspicuos de la aristocracia jarocha. Aún más peligroso resulta el apunte preciso de operaciones financieras, números de una decena de cuentas bancarias nacionales y en el extranjero, prestanombres —como Moisés Mansur Cysneiros—, registro de propiedades inmobiliarias —casas, departamentos o ranchos— en México, Estados Unidos y Europa; santo y seña de una fortuna incalculable que de paso exhibe a empresarios y políticos.

La ex primera dama veracruzana, esotérica, meditativa, metódica, controladora y angustiada, a quien le daba weba atender el DIF local, desnuda al marido en sus diarios íntimos; muestra el mapa de la riqueza oculta detrás de una vida suntuosa. Son prueba de que la función pública también sirve para amasar riquezas privadas, con cinismo y convicción enfermiza; muestran la moral distraída… y confirman que el poder absoluto corrompe absolutamente.

Los cuadernos fueron encontrados en una bodega localizada en Córdoba, Veracruz, llena de tiliches, obras dizque de arte, aparatos ortopédicos, fotografías, trofeos, premios a la honestidad, juguetes, regalos, y hasta un lujoso bote italiano —valuado en 330 mil pesos— que sólo funciona cuando le echan monedas para surcar rinconcitos donde hacen su nido las olas del mar. “(Los diarios) son hojas de ruta, guía y registro metódico de una vida de excesos, al amparo del abuso del poder y la impunidad”, alega, con sonrisa mordaz, el gobernador Miguel Ángel Yunes, el mejor enemigo de la pareja esfumada; el valioso “material” ya obra en poder de la Fiscalía de Veracruz que habrá de confirmar la autenticidad.

Todos sabíamos que Javier Duarte, y su distinguida señora, se despacharon en grande, robaron a mansalva, sin pudor ni recato, lo que ignorábamos era la manera como ambos percibían el fuego del poder alimentado con leña de frivolidad y codicia.

Los Duarte —mirrey y mirreyna de ese carnaval veracruzano— han quedado exhibidos como lo más bajo de la clase política mexicana… y no son los únicos, si acaso una muestra ejemplar de la casta divina que cree haberse apropiado del país con total impunidad.

El matrimonio Duarte es de lo más acabado de esa generación de “servidores” que irrumpieron en la escena con la fulgurante etiqueta del nuevo PRI, jóvenes y preparados. También abusivos y ladrones. Ambos lo querían todo porque lo merecían todo, y una vez conseguido todo, ambicionan más.

Muy poco separa a esta nueva versión jaranera de Bonnie and Clyde de los herederos de los grandes cárteles del crimen organizado. La diferencia radica en que los capos, desbordados y presumidos, desafían al Estado traficando sustancias ilegales, sembrando muerte y violencia como estrategia de negocio, mientras estos hijos del poder político tenían la estrategia vital de saquear sin ensuciarse las manos, y mucho menos la conciencia.

Ni duda cabe, hasta entre puercos y cochinos hay razas.

EL MONJE PRÓFUGO: ¿Quién metió la pata cuando solicitó con apremio la orden de aprehensión contra Duarte, alertándolo para huir con todo y señora? ¿Fue la ex “Preocupadora” General de la República que convenció al Presidente, brincándose las trancas? ¿Porque la regó la movieron a la Secretaría de la (de)Función Pública?

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