Cuando escuchamos la palabra “cristal”, de inmediato nos viene a la mente un cuarzo, un diamante o alguna gema como la zirconia, el rubí, etc. Efectivamente, esas sustancias son cristales pero no son los únicos. Sucede que, como algunas otras cosas, el lenguaje que utilizamos comúnmente nos juega una mala pasada al emplearlo de forma errónea. Lo que queremos decir es que no comprendemos del todo el significado de la palabra “cristal”. 
Desde el punto de vista formal (o científico), un cristal es aquella sustancia que cumple con una serie de características y propiedades bien específicas: los iones, átomos o moléculas que los conforman microscópicamente deben estar organizados de tal forma que presentan una repetición periódica. Los distintos modos de empaquetamiento en un cristal dan lugar a las llamadas fases polimórficas, que confieren a los cristales (es decir a los materiales) distintas propiedades. Por ejemplo, de todos son conocidas las distintas apariencias y propiedades del elemento químico Carbono, que se presenta en la Naturaleza en dos formas cristalinas muy diferentes, el diamante y el grafito. El grafito es de color gris oscuro, blando, muy buen conductor de la electricidad y un lubricante excelente, lo que sugiere que sus átomos deben estar distribuidos (empaquetados) de un modo en que puedan entenderse sus propiedades. Incluso, es muy común para nosotros pues con él se fabrican los lápices con que escribimos desprendiendo capas de átomos de carbono para dejarlas “embarradas” en un papel. Por otro lado, el diamante es transparente a la luz visible, de extremada dureza y muy mal conductor de la electricidad, por lo que debe esperarse que sus átomos estén muy fijamente unidos. Ambos están hechos de lo mismo, átomos de carbono indistinguibles entre sí, pero tienen propiedades muy distintas. La diferencia entre estos dos tipos de cristales es la manera en cómo se agruparon los átomos para formar “estructuras cristalinas” diferentes. 
Hay ocasiones en las que la repetitividad se rompe, no es exacta, y precisamente esa característica es lo que diferencia a los cristales de los vidrios o en general de los llamados materiales amorfos (desordenados o poco ordenados).
Por otro lado, la formación de cristales no es exclusiva de los cuarzos o del diamante, y los encontramos también en la mayoría de los metales, en otros minerales y, aunque no necesariamente de modo natural, en los compuestos llamados orgánicos, e incluso en los ácidos nucleicos y las proteínas. Es decir, todos estos compuestos son cristalinos; los metales son cristalinos, muchos minerales son cristalinos, etc. Y aquí entra en juego otra palabra que utilizamos de forma errónea cotidianamente. “Cristalino” no es lo mismo que “transparente”. Cristalino se refiere al arreglo ordenado y periódico de los átomos que los forman, mientras que transparente se refiere a que la luz visible puede pasar a través de ellos, como en una ventana. Pero sucede que una ventana está hecha de vidrio y ya establecimos que el vidrio es un material amorfo. 
Así pues, podemos encontrar cristales en muchos lugares en la Naturaleza: el agua al congelarse forma cristales hexagonales de hielo; el cascarón de un huevo está hecho de cristales de carbonato de calcio; incluso la fase mineral de nuestros huesos está formada de pequeños cristales de fosfato de calcio. 
Poca gente sabe que la cueva con los cristales naturales más grandes del mundo se encuentra en México. En el Estado de Chihuahua se ubica Naica, un lugar único donde, debido a las condiciones geológicas, se dio el crecimiento de cristales gigantes de yeso, algunos con dimensiones de más de 10 metros de largo, constituyendo una maravilla natural. 
Pero la historia no se queda ahí. Hemos aprendido mucho acerca de las propiedades de los cristales mediante estudios científicos y ahora podemos utilizarlas. Hemos generado aplicaciones tecnológicas para diferentes cristales: en la fabricación de celdas solares, en diodos emisores de luz, en las pantallas de cristal líquido (LCD) que forman parte de nuestro entorno en televisores, teléfonos celulares, cámaras fotográficas, tabletas electrónicas, etc. 
En pocas palabras, los cristales forman parte fundamental del mundo en que vivimos, nos rodean y se encuentran aún dentro de nosotros; finalmente, son parte muy importante del presente y del desarrollo futuro de la tecnología. 

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