Los vínculos entre grupos terroristas y grupos de crimen organizado se mantienen creciendo. Todos esos actores operan dentro de un mismo sistema en el que se trafica armas, drogas, personas, se lava dinero, se falsifican documentos o se vende petróleo, combustible y otros artículos ilícitos en el mercado negro. Muchas de estas operaciones son locales, pero muchas más son transnacionales. Se trata de temas que hoy están siendo estudiados a profundidad, y de los que apenas empiezan a emerger detalles. Acá algunos de los ángulos:

El primero, en sitios como Europa, casi la mitad de quienes cometen ataques terroristas tienen antecedentes criminales. Una buena parte del reclutamiento ocurre en prisiones, en donde las condiciones tienden a favorecer los procesos de radicalización y adoctrinamiento. El segundo, los vínculos crimen-terrorismo también se hacen presentes una vez que al plan para cometer ataques se encuentra en marcha. Esto ocurre en muchas ocasiones para mover armas o explosivos, o mediante la falsificación de documentos o para trasladar individuos ilegalmente entre países, solo por mencionar algunos ejemplos. El tercero, la colaboración crimen-terrorismo como mecanismo de financiamiento y supervivencia. Por ejemplo, a medida que ISIS ha perdido el territorio que controlaba en Siria e Irak, el uso del narcotráfico por parte de esa agrupación se ha incrementado considerablemente hasta convertirse en uno de sus principales ingresos. Además, ISIS tiene operaciones en unos 26 países por lo que sus redes de colaboración con narcotraficantes en distintos continentes siguen creciendo, redes que ya podrían incluir grupos de crimen organizado de México. El cuarto, la mímesis. Este último punto ha sido abordado con detalle en el libro que publiqué este año: Crimen organizado, miedo y construcción de paz en México. Permítame resumirlo. Fuera de ciertos eventos muy específicos, en países como el nuestro es difícil hablar de la existencia de terrorismo clásico. No obstante, la violencia tiene muy distintas caras y como dije, el sistema en el que los grupos terroristas y grupos criminales operan es el mismo, lo que orilla no solo a la colaboración material entre estas agrupaciones, sino a que unas aprendan de las otras e incluso imiten sus métodos. Esto puede apreciarse en temas como el uso de estrategias de comunicación y el empleo de redes sociales para publicitar actos de violencia. Es decir, una cosa es cometer un homicidio. Otra cosa es grabarlo y luego subirlo a YouTube para que estos actos sean vistos por millones a fin de propagar el terror, enviar mensajes y, así, ejercer presión psicológica entre diversos actores y amplias capas de la sociedad. Es claro que las motivaciones de grupos criminales como los que operan en México no son religiosas, ideológicas y muchas veces tampoco son políticas, por lo que yo he preferido denominar a muchos de estos actos como “cuasi-terrorismo”. Sea cual fuere el término elegido, lo que tenemos ya es una afectación psicosocial no demasiado distinta a la que ocurre en países como Irak, Siria o Afganistán.

En suma, parte de los efectos de la globalización tiene que ver con la conformación de un sistema en el que actores estatales y no estatales coexisten, conviven, interactúan, comparten y colaboran. Esto nos obliga a repensar lo que es cercano y lo que parece distante. En ese sentido, el combate al terrorismo, la capacidad de adaptación de muchas organizaciones a las nuevas condiciones, y la expansión del fenómeno, son temas que nos afectan y, por tanto, nos incumben más de lo que a veces creemos.

Google News