¡Abuelito! Por fa, ¡préstame una camisa blanca!
—¿Por qué? ¿Qué le pasó a la tuya?
—Como hoy fue el cierre de clases, pues me la firmaron los muchachos del grupo de despedida, y si me la ve así mi mamá, ¡me mata!
—No tendría por qué hacerlo, Hijo. A ella también le firmaban sus blusas y sus playeras, cada ves que terminaba el año escolar.
—¿A poco? ¿En serio?
—¡Claro! Todos hemos cerramos círculos. Cuando salí de la primaria, me firmaron mi libreta de autógrafos. En la secundaria, pues me firmaron la playera igual que a ti y a tu mamá, y ya en la prepa, unos boxers. No te rías, es en serio.
—Tú debiste cerrar muchos ciclos, Abuelito. Debe ser triste.
—Triste, no. Bueno, sí. Pero solo un poco. Ya después, cuando te acostumbras al dolor de la pérdida, ya no te duele… tanto.
—¿Cuáles han sido los ciclos que has cerrado, que más te han dolido?
—Jamás he estado lo suficientemente preparado para decirle adiós a un familiar o a un amigo. Todo se queda como en suspenso y no sabía que hacer. Y a veces, por estar recordando cosas hermosas o tristes que viví al lado de esas personas, he olvidado comer o dormir.
—Debió haber sido ser muy doloroso.
—Pero el verdadero dolor de una pérdida, crece dentro de ti cuando te das cuenta de que no te despediste de esa persona, o que le prometiste algo, que ya no vas a poder cumplir. Y peor aún, cuando dejaste de hacerlo por flojera o lo pasaste “para la otra”.
—Abuelito, te pusiste muy triste. ¿Qué recordaste?
—Le prometí a Juan Eduardo llevarlo a conocer mi departamento de Tlatelolco. Durante 16 años, cada mañana, él pasaba enfrente para tomar el metro e irse a trabajar, pero nunca conoció alguno de los departamentos por dentro.
—Pues ahora que lo veas, lo invitas.
—Me avisaron que anoche murió durmiendo. Simplemente no despertó.
—Ay, Abuelito. Creo que no debí preguntarte.
—Todo cierre implica cierto grado de dolor. Saber que dejarás de ver a una persona, ya sea por un tiempo o por siempre, te duele. Pero no es tu caso. Tú vas a seguir estudiando la prepa, y volverás a encontrarte en tu nueva escuela a algunos de tus viejos amigos. 
—Creo que no…
—¿Por qué, Hijo? 
—Porque mis amigos quieren estudiar otra carrera diferente. Yo quiero estudiar lo mismo que tú.
—¡Teatro! ¡No por Dios! 
—¿No te gustó la carrera que estudiaste?
—No hubiera podido estudiar otra carrera. Pero a nadie le recomendaría que la estudiara.
—¡Pues ya lo decidí! Aunque aún no se lo he dicho a mi mamá. Lo malo es que ya se pasaron las fechas para los exámenes de admisión del bachillerato de Bellas Artes.
—Bueno, ese no sería un problema en realidad. Justo me acabo de encontrar a un amigo que está a punto de abrir su escuela preparatoria con carrera técnica en Artes Escénicas.
—¿Aquí en Querétaro? ¿Es legal?
—Si, aquí en Querétaro. Y cuenta con todas las de la ley. Cuando terminas el bachillerato, puedes hacer examen para estudiar en la UAQ, u otra universidad, ya sea Teatro o cualquier otra carrera. Y la certificación es oficial.
—Pero es particular. Hay que pagar mes con mes.
—Si a tu mamá no le alcanza, yo la ayudo.
—Abuelito, ¿me ayudas a decirle a mi mamá que quiero estudiar en esa escuela?
—Siempre y cuando tú me prometas que si tienes algo que decirle o cumplirle a alguien, no lo dejes pendiente. Y que cuando te despidas de un familiar o amigo, a quien quieres mucho, le des un abrazo, que sea fuerte y con amor. Porque no sabes si lo volverás a ver.
—¡Te lo prometo! Abuelito, ¿te puedo dar un abrazo?
—Pero que sea muy fuerte, Hijo.

Google News