Poco importa si son de Rayados o son de Tigres los malos y los buenos, profundizarlo es azuzar la estupidez, como si eso aún fuese posible que, jodidamente, lo es y mucho.

Cantaban después de un empate, cantaban en un domingo familiar, cantaban en un estadio, cantaban con un tonito que me recuerda las canciones del fascismo, si uno no entendiera español hasta la balada sonaría pegajosa e inocente, cantaban desde la tribuna ¡oh, los vamos a matar, los vamos a matar!

Y después, jóvenes casi todos, los últimos que quedan de los millennials y los primeros productos de la generación Z (que, evidentemente, no representan al conjunto), en una de las más pujantes economías del país, en una avenida transitada, con la luz del día, jóvenes casi todos, en los principios de sus veintes, se volvieron bestias, atacaron a los contrarios, a los del otro equipo neoleonés, se volvieron máquinas de odio.

Rodolfo Palomo, de 21 años, encarnizaba de pronto todo el mal que decenas de muchachos debieron vomitar en su cuerpo hasta dejarlo en añicos, con un edema cerebral, con los pantalones bajos y las nalgas expuestas, apuñalado, a riesgo de perder su vida por ser parte “de los otros”.

Hace una hora, al momento de escribir estas letras, que los médicos dijeron que Rodolfo está intubado. Espero que viva. No merece, como nadie merece, ser una de las víctimas del desprecio por ser “lo otro”.

Podrán decir, con mucha razón, que esos muchachos, incluyendo el que estaba dispuesto a matar con su automóvil a los peatones de “la otra” camiseta, son unos desquiciados, que no son aficionados, que no por ellos se mancille al futbol, que el deporte, que la pasión, que… Ajá, está bien.

Esto va mucho, pero mucho más allá del futbol, esto es un asunto de odio, es una necesidad apremiante y peligrosa de aniquilar lo que sea distinto a mí, lo que piense distinto a mí, lo que no responda a mi grupo único de pertenencia aunque eso se represente solamente con una camiseta; con una camiseta que lo simboliza todo.

Sí, son una minoría, pero creo que aquí no es una cuestión de números sino de medir la exposición de un mensaje de exclusión, identitario y nativista, ojalá que solo sea un caso aislado, pero ¿y si existe más gente, que en silencio, piensa igual?, ¿si fueron varios lo que se proyectaron, en silencio, en unos aficionados sobre otros?, ¿cuantos pudieron haberse imaginado conduciendo ese vehículo para arrollar sus odios y aniquilar a los que sienten como sus enemigos?

Esas máquinas de odiar, estos chicos que vimos vueltos animales, eran unos niños cuando en Monterrey colgaban cuerpos y había balaceras en la calle, estos chicos sufrieron la normalización delbullying virtual y del real, estos chicos han crecido en un mundo que les heredaron ya muy muy jodido.

O igual y sí exagero y al final, todo es un caso aislado.

DE COLOFÓN.— Insisto, ¿no deberíamos de pensar en que todos tuviéramos seguros de gastos médicos mayores en lugar de pensar que quienes los tengan los pierdan para que sufran como sufre el pueblo bueno?, ¿es más importante ver sufrir que dejar de sufrir?

Google News