Dicen que Andrés Manuel López Obrador no finta, que él siempre va directo; dicen que no guarda estrategias bajo la manga más allá de la franqueza… Eso lo dicen sus partidarios.

Pero sus detractores, particularmente quienes más lo conocen y entienden, piensan muy diferente.

El puntero de punteros, el casi invencible, el inalcanzable Andrés es un genio político, sobre todo en cuanto a estrategia se refiere. Hay hechos innegables, ajenos a filias y fobias: es el hombre, por mucho, más experimentado en la campaña; es el único político de la campaña, y además, ¡qué cosa!, es el único priísta (ex, si se quiere) de la campaña.

De ahí los resultados en las preferencias, de ahí el manejo perfecto de las masas, de ahí la forma de esculpir el encono a su conveniencia, de ahí el arte para dirigir el encabronamiento social cual maestro de orquesta.

Seamos francos: ¿a quién, realmente, le interesa el aeropuerto? No es un tema que le cueste votos a Andrés Manuel; esos empresarios y ciudadanos enojados, de cualquier manera, no van ni iban a votar por él, si acaso, en la aritmética electoral le representaban un apoyo en extremo marginal. Con mucho dinero, pero marginal.

El nerviosismo de Carlos Slim parece haberse hecho evidente ayer, cuando salió con todo a defender el proyecto del Nuevo Aeropuerto, cosa un tanto inusual en su persona, pero que termina abonando al discurso pejista:  Si Slim está contra Andrés, el pueblo bueno estará contra Slim, así la lógica que marca la partichela del enojo mexicano. ¿Radical?, ¡por supuesto!, ¿corto de miras?, ¡claro!, y también extremadamente real.

Andrés Manuel es un maestro de las fintas, aunque pese el comentario en su equipo más cercano: avienta un azuelo, su presa lo muerde y entonces ¡el control total!, la zarandeada a placer; saca su presa del agua, la vuelve a meter, le provoca heridas, a veces de muerte, pero al final, casi siempre, perdona y deja vivir… pero mansos en su pecera personal.

El aeropuerto no le importa a la mayor parte de la sociedad mexicana; es triste, pero así es. Los más de cincuenta millones de mexicanos con carencias no están pensando en las nuevas pistas o en la conectividad internacional que detonaría inversiones, están pensando, más bien, en la comida de mañana, en el pago de luz, agua o gas (si es que tienen esos servicios o alguno de ellos); piensan en librar la quincena, en lo caro del pasaje, en que la gasolina está muy cara, en que no alcanza. No, el aeropuerto no le importa a la mayor parte de la sociedad mexicana.

Andrés Manuel ha sometido a voluntad el tema y, dicen los que saben en sus estrategias, que esto no es más que un juego calculado, esto es un estirar la liga hasta al punto del reviente, y justo ahí, no antes ni después, cuando todo parezca perdido, ceder ante el empresariado; justo ahí, no antes ni después, cobrar el entendimiento con intereses extraordinarios, como el aplauso más forzado y más fuerte en la historia: ¡gracias, señor presidente, gracias por el aeropuerto!

Y cuando eso pase, lo sabe, dicen que lo sabe, Andrés ganará por partida doble: a la mayor parte de la sociedad mexicana le seguirá sin importar el aeropuerto y no habrá ninguna derrota, pero él ya tendrá en la bolsa, por la mala si se quiere, a los que sometió con una gran finta. De esas fintas que solo saben hacer los más experimentados políticos.

DE COLOFÓN.— Mazatlán es un ejemplo de éxito. Aquí la gente está orgullosa de su ciudad, les ha costado mucho salir del atolladero y saben que están destinados a un gran futuro con una condicionante: le deben de chingar duro. Es algo raro, aquí se trabaja con el gobierno y no a pesar del gobierno, y la responsabilidad de su éxito o fracaso recae en la gente. ¡Puro Sinaloa, chingao!

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