Cuando una sociedad se enfila por el tobogán de la polarización es muy difícil frenarla. México no ha llegado a ese extremo, pero veo un ánimo confrontador que no tranquiliza en absoluto. Las voces más prudentes hacían un llamado, desde el 2016, para no polarizar el país y aceptar con deportividad el triunfo de la izquierda. Una vez hecha gobierno, toca a ésta cuidar que el país no se divida aún más. El debate político debe ser vigoroso y contrastante pero nunca caer en la descalificación que nulifica o encaminarse hacia sendas que no tienen una salida en forma de compromiso. Pongo dos ejemplos que no auguran nada bueno. Uno es el de los dineros de las entidades federativas y el otro el de la historia.

Empiezo por este último. Ya tenemos claro que el Vaticano no nos prestará los códices solicitados; ahora sin códices ni disculpas la pregunta es: ¿qué viene? ¿Enfriamiento con el Vaticano? No tengo ni idea. La respuesta de Alemania y Austria está pendiente, igual que la de Italia, países a los cuales también se formularon solicitudes. Espero que si median negativas eso no derive en oscurecimiento de las relaciones. Con Italia tenemos también de manera oblicua el tema de la estatua de Colón que fue retirada del Paseo de la Reforma. Colón tiene un simbolismo importante para las comunidades italianas en los Estados Unidos y en México tiene su peso, lo relevante es que podría abrir una espiral revisionista indeseable que nos llevará a una interpretación de la historia decapitadora y simplona. Colón fue el primer anuncio. Invito al gobierno capitalino a ver lo que ocurre en otras partes donde la gente pide que los murales alusivos al comunismo desaparezcan. Espero que no ocurra, pero solo suponer que alguien irritado pidiese que se cubran los murales de Diego Rivera porque recuerdan una ideología que asesinó a millones, me parece lamentable. El pasado debe servirnos para reflexionar y no para resolver las diferencias políticas que hoy existen o para generar irritantes diplomáticos.

El segundo y mucho más grave abismo tiene que ver con el sentido de solidaridad y unidad nacional en materia fiscal. El dinero que se paga en cada una de las entidades y se redistribuye debe ser un tema técnico, no debe meterse al juego de la política simplona de la polarización. Cierto es que el que a populismo mata a populismo termina, pero es un camino erróneo el de los gobernadores aliancistas. Mantener la tensión entre clases, grupos o regiones como estrategia política siempre acaba mal. Imaginar que las campañas en Tamaulipas y Nuevo León van a tener como lema aquello de que nuestro dinero se quede aquí y no esté sufragando proyectos faraónicos para chilangos o chiapanecos, es una pésima idea, es el huevo de la serpiente de la división nacional. Las consultas, como lo adelantaron muchos teóricos, deben limitarse a resolver grandes dilemas nacionales y no a generar tentaciones de usarlas para romper el precario equilibrio que tenemos. Los temas fiscales no deben ir a consulta y menos meter rivalidad entre regiones.

Ojo. Todos los excesos que un poder comete debe imaginarlos idénticos, pero en sentido contrario. Los que hoy son mayoría, mañana pueden ser minorías que pedirán templanza y no revancha. Por eso la moderación sigue siendo el mejor atributo de quien ejerce el poder en la federación y en los estados. Este país es nuestro, lo queremos entero y si es posible con unidad de propósito.

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