El miércoles se cumplieron tres años del inicio de la administración presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Si bien ha recibido aplausos y críticas, es importante revisar sus acciones y declaraciones en este periodo, pero también lo es analizar lo que sería la segunda mitad de su sexenio. ¿Qué apuntes se pueden ofrecer al respecto?

Para hablar del primer trienio de la administración de López Obrador es necesario comenzar mencionando que la portada del libro ha sido, en muchos capítulos, muy diferente a su contenido. Ciertamente, el hartazgo de la población por lo deficientes, corruptos e impunes gobiernos pasados, mezclado con la narrativa, carisma y promesas del tabasqueño permitieron detonar un apoyo inmenso que hizo ganar a Morena las elecciones presidenciales de 2018.

No obstante, al paso del tiempo, esa esperanza de México, materializada de alguna manera en López Obrador, comenzó a desequilibrarse por las mismas acciones y declaraciones del mandatario. Para sus acérrimos seguidores, no existe un atisbo de incongruencia en las acciones del Presidente entre lo que dijo que haría y lo que ha realizado, y tampoco les despierta preocupación ni desencanto su autoritarismo, o lo que ha hecho con las instituciones, el marco de la ley, las luchas sociales, el feminismo, el ambientalismo o la ciencia y academia en el país. Todo lo que hace el líder es para el bien del pueblo y continuar con la 4T.

Para que el gobierno en turno mejore sustancialmente hay que atender varias situaciones. Una de ellas es que los mismos funcionarios públicos sean competentes y realicen de manera correcta, y sin desviaciones, su labor. De importancia equivalente es la de perseguir y castigar la corrupción no sólo fuera del Gobierno Federal, sino dentro, incluyendo  a altas figuras, como López Obrador enfatizó innumerables veces durante su campaña presidencial.

Y acerca del mandatario, una mejora impostergable que permitiría empezar a aminorar la percepción de autoritarismo que se tiene de él, es que deje a un lado su narrativa divisoria entre liberales y conservadores, y entre su “gente” y los “disidentes” que a sus luces son enemigos. Parece difícil que esté en el interés del Presidente caminar por esta vereda, porque es esa misma división la que le permitió en su momento llegar a la presidencia del país.

Hablar de la primera mitad del sexenio del Presidente también nos hace dirigir la mirada a su parte final. Encontramos dos interrogantes: ¿quién vencerá en la carrera de candidatos de Morena para 2024?, y, ¿cuál será el escenario de la política mexicana, particularmente morenista, post-López Obrador?

En el primer apunte, la pugna de poder cobrará mayor fuerza y  significará una cantidad más significativa de tiempo, recursos e interés por parte de los  candidatos posibles hacia consolidar su posición como tales en vez de enfocarse a su labor, sea cual sea, dentro del gobierno.

En cuanto a la segunda cuestión, el panorama parecería a diferente a lo que vemos ahora. No se aprecia en ninguna de las figuras que podrían sustituir a López Obrador a agentes populistas, autoritarios e irresponsables en el manejo de temas centrales en la administración pública. En eso, el país entero la tendría “de gane”.

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