El 7 de mayo de 2018, a unas semanas de los comicios presidenciales que llevaron al poder a Andrés Manuel López Obrador, publiqué una columna con esta cabeza:

“Lo que debe hacer y nunca debe hacer un periodista”. 
En medio de ese ambiente turbio, le narraba yo a los lectores que mi abuelo, Manuel, fue periodista. Fue cofundador de Excélsior y murió en 1968 siendo Director General de ese diario. Y que mi padre, también de nombre Manuel, igual fue periodista. Fue Subdirector de ese Excélsior hasta el golpe de 1974, patrocinado por el entonces presidente Luis Echeverría y perpetrado por el traidor en turno, Regino Díaz Redondo. Luego, desde 1977, Manuel fue fundador y Director General del Unomásuno, aquel extraordinario periódico, parteaguas en el periodismo mexicano, que vivió hasta 1989, cuando otro golpe, éste patrocinado por Carlos Salinas de Gortari, y ejecutado por un traidor cuyo nombre de sepulturero no recuerdo, provocó la extinción del diario.

Y tecleaba yo en 2018 que, muchos años atrás, en 1982, a los 18 años, decidí que también quería ser periodista. ¿Qué me inculcaron entonces (mi padre a mí, antes mi abuelo a él) sobre lo que nunca debemos hacer los periodistas?  Actualizo la lista que escribí hace casi tres años y medio…

1.- Mentir. 
   2.- Calumniar. 
   3.- Difamar. 
   4.- Ocultar información. 
   5.- Dar información incompleta. 
   6.- Distorsionar hechos. 
   7.- Sesgar acontecimientos.
   8.- Tergiversar información.
   9.- Sacar de contexto información. 
   10.- Manipular la información.

Estos ocho puntos también le están prohibidos a cualquier político que se ufane de ser honesto y que presuma ser diferente de aquellos priistas que tanto abominaron los mexicanos hasta que los echaron del poder dos veces. Esos ocho puntos le deben estar vedados a un presidente, a cualquier presidente.

Como al presidente López Obrador, que tiene derecho a criticar lo que considere criticable... pero sin mentir. Sin calumniar, sin difamar, sin ocultar información, sin dar datos incompletos, sin distorsionar hechos, sin sesgar acontecimientos, sin manipular información, sin tergiversarla, sin sacarla de contexto. Sin generalizar, porque lo que haga o piense un grupo no representa a todos nunca, en ningún lado.

Si en un condominio de avanzada hay un grupo priista conservador que va en contra de transformaciones, eso no significa que todos los vecinos del lugar hayan dejado de ser liberales y progresistas. Eso es un simplismo imperdonable en cualquier Jefe de Estado.  

Si el Presidente utiliza cualquier recurso torcido de ese decálogo para hacer política, para criticar algo se nulifica a sí mismo. Se invalida. Se multiplica por cero y enrarece el ambiente, ya que sus peroratas no serán más que discursos incendiarios para desviar la atención de otros problemas que no quiere que sean parte de la agenda.

Google News