Siempre me ha gustado la tecnología y el diseño, los artilugios extraños con funcionalidades ocultas, dispositivos que exhiben el talento de sus diseñadores, productos cuya fabricación y componentes derrochan diseño y calidad por sí mismos. En el universo de este tipo de productos de mi interés se encuentran aquellos relativos a la construcción de viviendas y obras monumentales, automóviles, aeronaves, aparatos electrónicos, de comunicación, de entretenimiento o de consumo en el hogar, por solo mencionar algunos.

Sin duda que muchos de estos productos, sin importar su origen, enorgullecen a sus creadores, o incluso hasta los países donde son “fabricados” o “integrados” (ensamblados para utilizar el término técnico) en su mayoría. En el caso de productos mexicanos podemos enumerar una cantidad interesante —por fortuna la lista crece cada día—, con un porcentaje significativo de talento mexicano impreso en su diseño, materiales o manufactura.

En esta colaboración semanal quiero reflexionar sobre la importancia de promover y consumir productos mexicanos, de impulsar su desarrollo, de entender qué significa o qué debería, en opinión de algunos, entenderse por producto “100% mexicano” y de enorgullecernos de su existencia, muchas veces más cercana de lo que creemos.

Durante esas travesías matutinas por el universo de las redes sociales, coincidí y compartí unos comentarios con nuevos contactos y buenos amigos respecto al momento que hoy vive una empresa automotriz mexicana, cuyo esfuerzo para integrar tecnología y talento mexicanos la están habilitando para convertirse en un ejemplo de empresa socialmente responsable y sobre todo en un estandarte más de aquello que no solo es posible en nuestro país, sino que debiera convertirse en un modo de hacer empresa y quizá de paso, política pública.

La compañía en cuestión, creada por el emprendedor mexicano Jorge Martínez, es la firma automotriz mexicana Zacua. Esta compañía se acerca a las dos décadas de incubación, tiempo durante el cual se ha gestado como concepto y empresa innovadora, navegando en una industria extremadamente demandante y competitiva, adoptando tecnología extranjera y “mexicanizando” —perdón por el término— su incorporación a un producto para el mercado nacional, aún incipiente, de automóviles eléctricos.

En el intercambio de comentarios en la red, se discutía sobre si la empresa incorporaba tecnología extranjera y si en realidad podían o no ser considerados sus automóviles como 100% mexicanos, entre muchos otros temas.

Algunos explicábamos que en industrias tan globales como la automotriz o la aeronáutica, se incorporan una gran cantidad de componentes y subsistemas que provenían de una vasta y muy dinámica cadena de proveeduría de cualquier nacionalidad; otros comentaban sobre la importancia que revestía no solo la utilización de tecnología mexicana, sino del liderazgo y empuje de técnicos e ingenieros mexicanos —lo que creó más importante aún—, de la utilización de tecnologías para diseño, y fabricación y procesos para sacar adelante este proyecto.

Hoy que el proyecto está viendo la luz del mercado, es cuando más debemos apoyar este tipo de iniciativas, no solo recibiéndolas con entusiasmo, con crítica por supuesto, pero constructiva, sino además con el orgullo de que aún en tiempos complejos de la economía global, existen emprendedores que creen que sus productos y servicios pueden llevarse al mercado y, sobre todo, que cuentan con el respaldo de instituciones y de su pueblo, para darles la credibilidad que se merecen. Felicidades a los que siguen creyendo en lo bien hecho en México.


Rector de la UNAQ
@Jorge_GVR

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