Bajo el título de “En defensa de la libertad de expresión” y con el remate “Esto tiene que parar”, el 18 de septiembre pasado, 650 intelectuales, científicos, periodistas, artistas, escritores, investigadores, políticos, catedráticos, diplomáticos, etc., se unieron para denunciar, una vez más, que en México la libertad de expresión está bajo asedio y que la democracia está amenazada por el mismo titular del Ejecutivo al estigmatizar, difamar, proferir juicios y propalar falsedades que siembran odio y división en la sociedad mexicana.

Se viene haciendo costumbre que diversas personalidades se unan para denunciar los excesos del gobierno de López Obrador.

El 15 de julio de este año, un grupo de 30 personalidades publicaron el desplegado “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia” en el que señala las maniobras con que su partido Morena —con una minoría de votos— se hiciera de la mayoría de escaños en el Congreso, mediante, entre otras cosas, la compra de representantes electos de otros partidos, asfixiando el pluralismo y sometiendo al Poder Legislativo a los dictados del Ejecutivo.

Esta concentración de poder ha servido para destruir o deteriorar la administración pública y a las instituciones constitucionales; toma decisiones unipersonales; polariza a la sociedad en bandos; desacredita la autoridad de los entes autónomos, así como hacia las mujeres que luchan por la igualdad; como por utilizar la pandemia para, mediante el austericidio, acelerar la demolición del Estado e incrementar el control del poder.

Y convocaron a la conformación de una amplia alianza ciudadana para reestablecer el rostro de la pluralidad, en 2021.

Desde el foro propagandístico de las mañaneras, el presidente descalificó a los que él llama sus adversarios, acusándolos de ser defensores del modelo neoliberal o neoporfirista y de pretender restaurar el antiguo régimen, caracterizado por la antidemocracia, la corrupción y la desigualdad. La historia, dijo, nos enseña que cuando se pone en práctica un proceso de transformación se produce una reacción conservadora.

Ante su reacción, al día siguiente, el 16 de julio, otro grupo de personalidades hizo público el desplegado “No, señor Presidente: Usted es el que quiere regresar al antiguo régimen”, en el que le señalan el papel de los intelectuales en los avances democráticos del país que pasó por la creación del IFE, la llegada de perredistas a la Jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal y le recuerdan que ese cargo también él lo ocupó a pesar de no cumplir con los requisitos legales de residencia.

“No señor presidente, dicen, conservador es el que pretende suprimir los controles del poder y regresar el diseño constitucional a los tiempos de Echeverría y Díaz Ordaz. Conservadurismo es pretender la reinstauración de la presidencia imperial, que por decreto ordena desobedecer la Constitución y que, en su afán de reversa, no llevará al país a la época de su juventud, sino a una peor versión, más parecida a la Venezuela de Maduro que al México de López Portillo”.

En México la intolerancia gubernamental contra los críticos, inconformes, opositores o conversos, suele adquirir el rostro de persecución pasiva. Se les pretende inducir, mediante la presión (política, económica, fiscal, etc.), al silencio, a la neutralidad. O bien desterrar para que dejen de señalar los errores, fallos y corruptelas del gobierno o de los gobernantes.

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