Las semifinales abren el diálogo entre seguidores de los cuatro equipos: las obligaciones que tienen, porque no pueden salir con la ridiculez y poco profesionalismo de que cumplieron. Tres equipos grandes y otro que aspira a serlo deben tener claro que estar instalados en la antesala de la final los obliga a ser campeones.

Cruz Azul, 21 años sin título; Monterrey, ocho; Pumas, siete; y América, cuatro; es decir, necesidad urgente de éxito para todos.

Vamos por partes. Cruz Azul, líder de la competencia, superó sin mayores problemas a Querétaro y —a pesar de las fallas y polémica arbitral por el mal uso del VAR— en ningún momento estuvo en peligro su clasificación.

Pedro Caixinha ha hecho que sea este equipo el que mejor domina su estilo. De verdad, se ve imponente; tal vez poco espectacular y ambicioso, pero se mantiene bien ordenado en su línea defensiva, para después atacar a velocidad por las bandas y con contundencia. Quizá por eso es que se percibe una aparatosa seguridad de que llegará a la final y puede conseguir el doblete, tras ganarle la Copa al Monterrey.

Sí, es el favorito, pero el exceso de confianza es el peor enemigo y lo que lo puede alejar de la concentración que ha mostrado, ya que —en un posible tropiezo (no importa la instancia)— el golpe puede ser más fuerte. En este equipo, o hay título de liga o es un rotundo fracaso.

Y ese golpe se lo puede dar un Monterrey que, después de recuperar a lesionados como Rogelio Funes Mori y de superar la derrota en esa final de Copa, vuelve a ser ese equipo con un alto potencial que —de ser bien dirigido por Diego Alonso— puede generar el suficiente futbol para bajarle los humos a los cruzazulinos, quienes por ahora lucen muy confiados de que, cuando menos, disputarán la final, y ante el América; es decir, no sólo menospreciaron a los regiomontanos, sino también a los Pumas.

Junto con los Rayados, el América es el equipo en estas semifinales que más ocasiones ha clasificado a esta instancia en los últimos años, lo que hace que la obligación sea aún más grande. Para Miguel Herrera, puede ser la última oportunidad de demostrar que la directiva no se equivocó en traerlo de regreso. El reto es aplicar la experiencia que ha acumulado desde su salida de la Selección Nacional para controlar a un grupo que tiene buenos momentos de futbol, pero al que le basta un chispazo en contra para regresar a la anarquía que los ha dejado fuera en los últimos dos torneos.

Y se enfrenta a unos Pumas que no son débiles, como los quieren hacer ver o como ellos mismos se han calificado, con declaraciones sin sentido de que no les incomoda ser las “víctimas”. El proyecto de Rodrigo Ares de Parga superó muchas de las dudas que se generaron con la permanencia de David Patiño y la salida de jugadores como Nicolás Castillo.

La renovación no solamente les ha permitido llegar a estas instancias, sino que también los puede proyectar a un buen futuro, en el que se incluyen canteranos de buen nivel, sin olvidarnos de que son, ahora, candidatos al título. Pumas ha trabajado correctamente, a diferencia de la anterior directiva, la de Jorge Borja, que se empeñó en destrozar al equipo.

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