Del griego, logos: pensamiento, concepto, palabra, razón. Es un término filosófico que aparece por primera vez con Heráclito, quien lo definía como la necesidad universal para argumentar por medio de palabras. Fue Isócrates quien comprendió el poder de la palabra como un factor de gran valor comunicativo entre los seres humanos y explico:

Nosotros tenemos implantado el poder de persuadir a otros seres humanos y conseguir lo que deseamos (…) no sólo nos hemos diferenciado de las bestias salvajes, también nos hemos unido y fundado ciudades, inventado las leyes y las artes (…) no hay institución alguna en la que el poder del lenguaje no haya ayudado a establecer y mejorar.(…) Gracias a ello podemos educar a los ignorantes y valorar al sabio.

Actualmente tenemos la firme creencia de que nuestro lenguaje está altamente relacionado con nuestro pensamiento y capacidad cognitiva, nos vemos como “grandes seres racionales que pensamos y hablamos, que nos diferenciamos de los animales pues ellos no tienen la capacidad de hablar”, creemos firmemente que “las personas inteligentes saben pensar y por ende saben hablar mejor que las persona que no lo son”. Nuestro sistema educativo se basa, en gran parte, sobre nuestra capacidad de razonamiento, sistematización de ideas y de argumentación, es decir, se determina el nivel de inteligencia como buena o mala dependiendo nuestra habilidad para explicar y compartir una idea apegada a los criterios del “bien decir” y del “bien pensar” según la sociedad establezca las normas.

Pero qué pasa con los sonidos catalogados como no palabras como los ruidos y sonidos, o palabras que en nuestra sociedad actual están caducadas, en desuso o no calificadas como expresiones lingüísticas correctas. Jean- Jacques Rosseau, en su ensayo sobre el origen de las palabras,  cataloga a la variedad de sonidos, acentos, ritmos y tonos como palabras radicales que poseen un gran valor pasional y sensible al momento de describir un sentimiento, sensación o emoción. En resumen, un lenguaje entre más va adquiriendo articulaciones y exactitud va perdiendo pasión y espontaneidad, es decir, se sustituye la emotividad, musicalidad, variedad sonora y expresividad para hacerla más simple y precisa; se quita toda esa carga energética por un enunciado gramaticalmente correcto.

La combinación de nuestras ideas con nuestra capacidad de comunicarnos es única y simple de cada ser humano, se unen de forma que, desde nuestra experiencias, le damos un valor a nuestras palabras dándole sentido a nuestra realidad; en uno de sus tratados de filosofía, Ludwing Wittgenstein afirma que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, entendiendo esto como si cada persona vive en su propia realidad, su lenguaje está cargado de un sistema de creencias y experiencias que definen su vocabulario y da un peso de valor diferente a mi experiencia y uso de mi lenguaje; cada “término” es una palabra que fija una idea, no importa si es un sonido o un enunciado, la combinación de pensamiento y palabra produce un discurso y lleva una intencionalidad ya sea intelectual, emocional o comunicativa.

El lenguaje y el conocimiento o experiencias son inseparables, llevan un sentido y una verdad en ella; ponen un límite a lo que cada uno considera importante y delimita nuestro entorno, sin ser una verdad absoluta, puesto que cuando se interactúa con otros seres humanos, el lenguaje se enriquece y se combina haciendo de nuestra realidad un mundo más rico en expresiones y sentimientos, que puede ir evolucionando y aprendiendo.

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