Pablo Neruda, en su libro de memorias Confieso que he vivido, dice con agradecida emoción: “Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… por donde pasaban quedaba arrasada la tierra…  a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de la herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.

Hablamos español, es decir, pensamos en español. Nuestros pensamientos se elaboran con palabras que tienen historia. Cada vocablo que pasa por nuestros labios ha recorrido caminos largos, ha atravesado ríos, lagos y mares. Ha vivido siglos, recibiendo influencias de idiomas nativos, nombrando frutas, animales, sensaciones y aromas. Con el rico cargamento de miles de poemas, el español subió a los barcos que trajeron a nuestros antepasados europeos o africanos y fue trasmitido a nuestros ancestros americanos, que lo hicieron suyo.

Con palabras españolas se escribieron las cartas que enamoraron a los bisabuelos y gracias a la belleza de su sonido se vistieron de gala los sentimientos expresados en papeles impregnados de caracteres en tinta china. Por esas cartas, hoy estamos aquí.

Las canciones de cuna que nos arrullaron fueron cantadas en español. Tengo siete hermanos menores, algunos de ellos nacieron cuando yo era adolescente. En mi memoria están vivas las escenas de crepúsculos con música: el bello timbre de la voz de mi madre, que entonaba estos versos para sus bebés: “Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño? Por una manzana que se le ha perdido... Vamos a la huerta, cortaremos dos: una para el niño, otra para vos”.

Por ese bagaje que nos ha dado la cultura española, hoy los habitantes de Hispanoamérica gozamos de un lenguaje común. Dice Mario Vargas Llosa: “Gracias a la Hispanidad varios cientos de millones de latinoamericanos podemos entendernos porque nuestro idioma es el español, una lengua que nos acerca y nos enlaza dentro de una de las muchas comunidades que constituyen la civilización occidental. Qué terrible hubiera sido que todavía siguiéramos divididos e incomunicados por miles de dialectos como lo estábamos antes de que las carabelas de Colón divisaran Guanahaní. Hablar una lengua —haberla heredado— no es sólo gozar de un instrumento práctico para la comunicación; es, sobre todo, formar parte de una tradición y unos valores encarnados en figuras como las de Cervantes, Quevedo, Góngora, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, y de aportes nuestros como Sor Juana Inés de la Cruz y el Inca Garcilaso de la Vega”.

El chiapaneco Efraín Bartolomé, en su poemario Trozos de sol, confirma su fe poética en una “Invocación” en la que suplica: “Lengua de mis abuelos habla por mí / No me dejes mentir / No me permitas nunca ofrecer gato por liebre / sobre los movimientos de mi sangre / sobre las variaciones de mi corazón / En ti confío / En tu sabiduría pulida por el tiempo / como el oro en pepita bajo el agua paciente del claro río / Permíteme durar para creer: / permíteme encender unas palabras para caminar de noche”.

Otras estrofas dicen: “No me dejes hablar de lo que no he mirado / de lo que no he tocado con los ojos del alma / de lo que no he vivido / de lo que no he palpado / de lo que no he mordido / No permitas que salga por mi boca o mis dedos una música falsa / una música que no haya venido por el aire hasta tocar mi oreja / una música que antes no haya tañido / el arpa ciega de mi corazón / No me dejes zumbar en el vacío / como los abejorros ante el vidrio nocturno / No me dejes callar cuando sienta el peligro / o cuando encuentre oro / Nunca un verso permíteme insistir / que no haya despepitado/ la almeja oscura de mi corazón / Habla por mí, lengua de mis abuelos / Madre y mujer / No me dejes faltarte / No me dejes mentir / No me dejes caer / No me dejes/ No”.

Google News