Las palabras tienen un enorme poder, pueden dejar una marca. La palabra “maldito” —mas que significado de “brujería” o “esotérico”— tiene su origen en las palabras “mal” y “decir”: las palabras dichas pueden tener un peso enorme.

También las palabras son entes vivos. Viven mientras sean usadas ampliamente por los hablantes y empiezan a ser moribundas cuando caen en el olvido. Muchas palabras gozan de cabal salud en unas zonas y en otras son desconocidas. Pueden agonizar y tener una segunda vida, como dicen el periodista Alex Grijelmo y la filóloga Pilar García Mouton en el libro Palabras Moribundas.

“Las palabras pueden gozar una segunda vida. Siempre claro está, que los hablantes —ahora se diría mas bien ‘los usuarios del idioma’— así lo decidan… A veces (…) las palabras viejas acaban imponiéndose a las nuevas”, afirman Grijelmo y García en el prólogo del citado libro.

Como el lenguaje está en constante movimiento, advierten que cambia el léxico, pero no la sintaxis y “en este proceso de cambio constante, algunas palabras se sienten ya como palabras antiguas; y otras se perciben como nuevas, porque en la lengua también hay modas. Y los hablantes tienden a incorporar a su vocabulario las palabras que les parecen nuevas e interesantes, porque les gusta usar términos con prestigio”.

Una de esas palabras que han tomado un segundo aire con enorme fuerza es “fifí”. A raíz de que el ahora presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, adjetivó a la prensa que lo cuestiona, el término ha revivido y se ha reincorporado al uso común del hablante. Si bien la palabra aun estaba en uso, su alcance era limitado. Ahora se ha utilizado como adjetivo e incluso los detractores del presidente se sienten orgullosos de ser fifís y piden que así los llamen, aunque el mensaje donde reivindican eso está en inglés: “Call me Fifí”.

¿Y bien, de dónde viene la palabra? Hojeando una revista sobre divulgación histórica, me encontré el artículo del historiador Marco A. Villa; quien recuerda que, además de las definiciones de la Academia de la Lengua, el término “Fifí” lo podemos rastrear en un cuento corto de Guy de Maupassant titulado, precisamente, Madeimoselle Fifí. En esta obra literaria publicada en 1882, destaca un personaje militar alemán; a quien llaman, despectivamente, Mademoiselle Fifí.

El personaje Wilhem d’Eyrik —Madeimoselle Fifí— es apodado así por “su coquetería, de su talle delgado que se diría hecho por un corsé, por su cara pálida donde su naciente bigote aparecía apenas, y también de su costumbre que había adquirido, para expresar su soberano desprecio por los seres y las cosas, de emplear siempre la expresión francesa ‘fi, fi donc’ [traducido como “¡Fuera!”, “¡Vete de aquí!”], que pronunciaba con un ligero silbido”.

En la segunda década del siglo XX, hubo un periódico de corte humorístico en Ciudad Victoria, Tamaulipas llamado “El Fifí”.

Pero es Mariano Azuela quien incorpora el término en una obra literaria. En su novela, La Luciérnaga, describe repetitivamente a unos personajes como “fifíes”. Al personaje Ramón Gutiérrez, a quien describe como insolente: “Ha de ser uno de esos fifíes de la avenida Madero”, dice un personaje al verlo.

En fin, la palabra fifí ha regresado con fuerza y solo el usuario del idioma decidirá hasta cuándo es usada o sólo es una moda del léxico de la llamada “Cuarta Transformación”. Así que piénsele si se quiere autonombrar “fifí” o llamar “fifí” a alguien. Eso sí, nunca lo haga mezclándolo con inglés, porque eso sí sería demasiado fifí.

Periodista y sociólogo. @viloja

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