Decía la vieja consigna política que: “A la presidencia se entra por la izquierda y se sale por la derecha”. A lo largo de la vida he votado en doce elecciones presidenciales y conocí a los protagonistas que edificaron las bases del sistema político mexicano posrevolucionario.

En nuestro modelo político se tiene un largo periodo entre las elecciones y el cambio de gobierno. Por ello merece atención la forma cómo evolucionan las reglas no escritas del periodo de transición entre el presidente electo y la conclusión del mandato del presidente en funciones. Situación que generalmente generaba fuertes tensiones en el sistema político mexicano.

En mi experiencia he observado cuatro etapas de mandatos presidenciales posrevolucionarios. Los militares con experiencia revolucionaria y con mandato completo: Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho. Los civiles con cargos de elección o con experiencia en gobiernos locales: Miguel Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz. Los civiles sin cargos de elección y carrera en el gobierno federal: Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo. Y la alternancia de partidos con cargos de elección y sin antecedentes en el gobierno federal: Fox, Calderón, Peña Nieto y López Obrador.

En el pasado los cambios presidenciales cumplían ciertas tradiciones implícitas. En primer lugar, el presidente en funciones moderaba su presencia en la escena pública en campaña para que su sucesor tuviera más visibilidad política. En reciprocidad el presidente electo salía de escena en el largo periodo de interregno, para que el presidente en funciones concluyera su mandato en el centro del escenario político.

Quizá una de las reglas no escritas más respetadas durante sesenta años fue la decisión del general Lázaro Cárdenas, que consistió en imponer el silencio político una vez concluido su mandato, independientemente de las críticas o cambios profundos a las decisiones de su tiempo.

Otro ritual de aquellos tiempos era preservar el clima de misterio que había rodeado en su momento al “tapado”, para anunciar la integración del nuevo gabinete hasta unas horas antes de la toma de posesión. Y en consecuencia se mantenía un escrupuloso silencio respecto a los planes y cambios del nuevo gobierno.

Por su parte, el gobierno saliente mantenía secrecía de cierta información, y en ocasiones el nuevo mandatario encontraba agrias sorpresas en las finanzas, reservas internacionales o deuda externa.

En la famosa teoría del péndulo político, el más notable de estos ritos del siglo pasado era la metamorfosis del nuevo gobernante, que suponía dar continuidad, y una vez investido con la banda presidencial, sacar a relucir las pocas o muchas características personales que lo distanciaban de su predecesor, con la narrativa de que todo lo anterior estaba mal y solo lo nuevo sería positivo.

Hoy el sistema político está más robusto y transparente. Las instituciones acotan el “estilo personal” del gobernante. Actualmente el presidente en funciones y el electo, a pesar de sus evidentes diferencias, han acordado una transición armónica y abierta. En el escenario hay espacio para ambos personajes. Las reuniones y partidas para equipos de transición, así como el acceso a la información, son públicas y se desmitifican los nombramientos del gabinete y los programas que habrán de realizarse.

Vendrán nuevas reglas que reducirán este “limbo” político para dar mayor agilidad a las futuras transiciones, con lo cual la anécdota será sustituida por la norma.

RÚBRICA. 6º Informe; resultados por escrito. ¿El próximo gobierno utilizará su mayoría para reinstaurar la ceremonia del presidente en la Cámara de Diputados?

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