El título lo considero una falta de respeto hacia el resto de las féminas. El escritor hondureño Augusto Monterroso en su cuento “La primera dama” escribió: “Mi marido dice que son tonterías mías, pensaba; pero lo que quiere es que yo sólo me esté en la casa, matándome como antes. Y eso sí que no se va a poder. Los otros le tendrán miedo, pero yo no”. La acepción de “primeras damas”, se viene utilizando desde hace muchos años y dejó de emplearse en la Presidencia de México a partir del primero de diciembre del 2018, aun cuando por casi todo el mundo moderno se conserva la denominación; salvo desde luego en aquellas zonas que tienen reinados.

Así, se le ha designado a las esposas de algunos presidentes de diversas naciones: México, EU y en gran parte de Europa, Asia y Latinoamérica. En México llamamos primeras damas a las esposas de gobernadores, presidentes municipales y generalmente presiden el DIF, ahora denominado Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF). Considero que esta situación tiene sus orígenes sociales, culturales y sicológicos desde los inicios del Siglo XVI con la Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nican Mopohua, libro de don Miguel León Portilla; así como con la Virgen de Guadalupe, Patrona de Anáhuac citada en los primeros capítulos de la obra Los Bandidos de Río Frío, de Manuel Payno. Mi fundamento se sitúa en la noble labor que lleva a cabo dicho instituto, en pos de los más desprotegidos y por la sed del cariño maternal de los mexicanos.

No debemos de olvidar, los casos, por fortuna escasos, de los políticos que han querido heredar el puesto a su esposa y esto se da en los países menos desarrollados. Las primeras damas al igual que muchas madres que laboran fuera del hogar, desempeñan un doble papel digno de encomio; extenuante y en pocas ocasiones reconocido y menos cuando terminan su vida pública. Al inicio de la misma infiero que, sin meditarlo y mucho menos conocer la Teoría de Schrödinger, afirman vivir una doble realidad, opuesta y contradictoria que las aleja de ellas mismas. Atan sus destinos por 4 o 6 años a los de sus maridos y, en un gran porcentaje, terminan en divorcios que les reditúan enormes ganancias económicas. La mayoría “tiene” que soportar algunas infidelidades, de vez en cuando sus borracheras, y esporádicas dependencias de sus cónyuges a sustancias prohibidas; observar buenos modales en público; aguantar situaciones que otras simples mortales no soportarían ni un segundo y todo ello, en pos de carreras políticas, pues viven en una vitrina. Esto no es privativo de la clase gobernante pues se puede observar en toda sociedad. Las primeras damas envían señales de desaprobación hacia sus maridos, quitándose el anillo de bodas; es decir, liberándose de un eslabón de una amplia cadena y con certeza, la mayoría añora los primeros años de sus matrimonios, fuera del mundillo de la política.

En Querétaro basta revisar la historia personal de los últimos mandatarios y observar con respeto, su situación actual con las exprimeras damas, en un doble papel: dentro de la sociedad en la cual se desenvuelven y hacia dentro de su hogar. Los gobernantes, embriagados por los vapores del poder, alimentan su ego, sus vicios y malas costumbres. Las damas persignadas, dícese religiosas, castas y honestas, que visitan a diario los templos para fijarse más en la mancha del vestido de la vecina que en la honra, celebraban con vítores, pasteles, fiestas y gran alharaca a las primeras damas, empero cuando éstas dejan de serlo, se olvidan de ellas y desfasan su mirar hacia las de turno. Como lo escribió Henri Michaux: “Su felicidad reía en su alma. Pero todo era un engaño. No duró mucho esa risa”. Pregunte usted si las exprimeras damas conservan intacto un supuesto núcleo de amistades; o si continúan engalanando las revistas de modas, las entrevistas color rosa y por lo tanto, como lo escribió Octavio Paz: “La frivolidad y la alta cultura social no se llevan”. Por supuesto la política, no es una religión; en consecuencia, no puede salvar a la humanidad. Termino con las palabras del propio Augusto Monterroso: —Pensó ella— “no pueden ver que la esposa tenga ninguna iniciativa porque luego empiezan a poner peros y a querer acomplejarlo a uno”.

Especialista en Derecho del Trabajo y Seguridad Social

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