México y Chile son países con similitudes y procesos histórico-sociales que en algunos episodios y problemáticas han ido de la mano.

Nuestra cercanía con el país andino va más allá del encuentro que ambas selecciones de futbol sostendrán el próximo martes 16 en el césped del Estadio Corregidora.

La primera referencia habría que situarla en la conquista y posterior independencia de la Corona española. México y Chile son dos países que, durante la primera mitad del siglo XIX, consiguieron librarse de las ataduras de España, después de procesos sociopolíticos particulares, y la lucha de un sector de la población por obtenerlo.

Hablamos de países de Latinoamérica que se distinguen, entre otras cosas, por tener salida al mar, paisajes y sitios naturales idílicos y dignos de cualquier película, cadenas montañosas imponentes que recorren miles de kilómetros en sus respectivos territorios, así como de reservas naturales que han sido tentación para potenciales coloniales e imperialistas.

Sin embargo, también la naturaleza les ha proporcionado otra semejanza que ha cobrado la vida de miles de personas: los terremotos de alta intensidad. En nuestro país recordamos los de 1985 y 2017, mientras que Chile tuvo uno con 8.8 en la escala de Richter a inicios de la década. Este sismo fue padecido incluso por connacionales que en ese momento estaban en territorio andino, como el escritor Juan Villoro quien dedicó el libro 8.8: el miedo en el espejo, para describir la magnitud de la tragedia.

Los movimientos estudiantiles articulados y apoyados por la denominada sociedad civil también son otra similitud entre ambas naciones. Dos ejemplos: el movimiento de 1968, en el caso de México, y el de 2010-2011 en el caso de Chile. Estudiantes han hecho frente a los excesos del Estado en diferentes momentos de la historia, y han adquirido notoriedad por su capacidad de organización y de lucha incluso contra fuerzas militares.

Chile y México tienen sociedades heterogéneas y que han padecido los estragos del neoliberalismo y de las decisiones provenientes de las elites norteamericanas desde la segunda mitad del siglo XX.

Los habitantes del sur del continente tuvieron que sufrir los embates y los excesos de la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990). Mientras tanto, en México sufrimos el predominio de los intereses económicos y políticos de Estados Unidos en dos elecciones presidenciales marcadas por la palabra “fraude” contra la izquierda (1988 y 2006), así como la puesta en marcha del TLCAN en 1994.

En contraparte, el apellido Allende une a ambas naciones al momento de recordar personajes históricos. Salvador en el caso de Chile, Ignacio en el nuestro. El denominado “primer presidente socialista” de Latinoamérica dejó constancia como referente para un contrapeso ciudadano frente al capitalismo. Además de las políticas y decisiones que tomó en beneficio de las mayorías en Chile, su visión y discurso de estadista quedó marcado en sus visitas a México.

En una entrevista con Julio Scherer García —director fundador de la revista Proceso y autor del libro Allende en llamas (Almadía, 2008)— realizada en 1970, Allende dejó constancia que también tenía clara la importancia del ejercicio periodístico para la obtención y consolidación de libertades en un régimen que aspiraba a la democracia: “(…) en los regímenes capitalistas los medios de información están en poder de los grupos poderosos, económicamente hablando. La industria de la noticia es una de las más productivas. Y cuando los medios de contacto con las masas pertenecen a los grupos oligárquicos se convierten, no en instrumentos de información, sino en instrumentos de deformación de los intereses populares. Vamos a hacer que los propios periodistas dignifiquen su profesión, pudiendo opinar, pudiendo ser respetables y respetados en su propia comunidad, y no sometidos a la paga y al empleo (…)”.

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