“Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas” (John F. Kennedy). 
Por doquier y en diversos ámbitos, sociedades y circunstancias, observamos “las ganas de creer”. Pretender adquirir soluciones fuera de nosotros; trasladadas inequívocamente a la otredad; sí, a esa masa amorfa llamada de diferentes maneras, empero presente en todas nuestras actividades: El Estado, gobierno, sociedad, con el común denominador de autoridad. Reflejo de solución a nuestros problemas; empero cargado de una vasta imprecación; por mejor decir las cosas, deseamos que esas entelequias resuelvan nuestros problemas; empero buscamos el mal hacia ellas. “Las ganas de creer” en soluciones mágicas a problemáticas reales y particulares, creadas por decisiones personales en la mayoría de los casos, de manera improvisada e irresponsable.


La época de un capitalismo desbocado que nos ha tocado vivir, profundiza nuestras diferencias, políticas, ideas y define nuestro destino. “Lo que nos interesa señalar es que lo decisivo de la actividad económica consiste en guiarse en todo momento por el cálculo del valor dinerario aportado y el valor dinerario obtenido al final, por primitivo que sea el modo de realizarlo… Pero hay en Occidente una forma de capitalismo que no se conoce en ninguna otra parte de la tierra: la organización racional-capitalista del trabajo formalmente libre…  Pero la organización industrial racional, la que calcula las probabilidades del mercado y no se deja llevar por la especulación irracional o política, no es la manifestación única del capitalismo occidental. La moderna organización racional del capitalismo europeo no hubiera sido posible sin la intervención de dos elementos determinantes de su evolución: la separación de la economía doméstica y la industria (que hoy es un principio fundamental de la actual vida económica) y la consiguiente contabilidad racional” (Max Weber en La Ética protestante y el espíritu del capitalismo). El capitalismo europeo ha logrado la conformación de La Unión Europea; empero el capitalismo occidental ha tendido a marchar por senderos determinados por los EE UU, salvo en uno o cuatro países.


Los países desarrollados o en vía de serlo, en América Latina y El Caribe, buscamos acuerdos comerciales internacionales, con “las ganas de creer” de que así encontraremos un paliativo para nuestra economía. El TLC, está a punto de “caerse” por eso, nuestras “ganas de creer” en otros mercados nos ha orillado a voltear hacia el sur y Oriente. “Las ganas de creer” en la internacionalización de nuestro capitalismo, olvidando “las ganas de creer” de quienes hacen posible los insumos que exportamos; dejando de lado “las ganas de creer” de una clase trabajadora, explotada por “líderes” multimillonarios que conjuntamente con  patrones y gobierno, representado este último por un ser maléfico, aberrante, lúgubre y vividor del presupuesto durante años, llamado: Basilio González Núñez, presidente de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, fijaron un salario mínimo actual de $88.36 diarios.


En México, la figura materna es sagrada. Intocable. Venerada. La del padre es autoridad, por eso lo identificamos con el gobierno a quien le endilgamos la obligación, no digamos de gobernar, sino de darnos hasta cierto punto caridades y cuidados. Por eso, nuestras “ganas de creer” en un cambio súbito para borrar y para siempre, la impunidad, deshonestidad, falta de oportunidades para el trabajo, el estudio, acceder a todo bienestar sin esfuerzo alguno, prevalece en la mayoría de la población.


Aceptamos inconscientemente al capitalismo, siempre y cuando, reparta riqueza, olvidando que ésta se crea, no se desparrama hacia clases menos favorecidas y no se construye por los dueños del dinero, los inversionistas, los grandes capitales, sino con la producción de bienes y servicios de alta calidad. Con trabajo y estudio constante, capacitación continua y mejoramiento personal en todos los ámbitos.
En contraposición al capitalismo, “las ganas de creer” en  “el derecho a una vida digna con todos los satisfactores económicos, sociales y culturales que permitan la realización plena del individuo en el marco de su comunidad, es un derecho inalienable que se adquiere con el nacimiento. Como se ha reconocido, la justicia social es el complemento indispensable de la libertad e igualdad del hombre, porque sin justicia social, éstas realmente no pueden existir…


“Las ganas de creer”  en “El mejoramiento generalizado de la calidad de vida es condición esencial para resolver exitosamente al menos dos de los desafíos centrales de la economía nacional, como son la consolidación del proceso de recuperación del crecimiento y la obtención de mayores niveles de competitividad internacional del aparato productivo.


En primer lugar, la capacidad para resolver los rezagos en materia social resulta una pieza fundamental para consolidad el proceso de recuperación que actualmente experimenta la economía mexicana, en la medida en que la pobreza y la desigualdad, de no ser revertidas, pueden afectar el grado de cohesión y estabilidad de la sociedad.


Por otro lado, la planeación de inversiones a largo plazo, nacionales y extranjeras, implica la existencia de sociedades estables… En suma, se necesita de una nueva intervención del Estado en materia de justicia social. En forma más específica, se requiere de una gestión estatal de nuevo tipo que, sin renunciar a su responsabilidad pública de proporcionar bienestar social, potencie el reclamo ciudadano… Ello implica la elaboración de un política para el bienestar social, socialmente construida”. (Elena Sandoval Espinoza en El Liberalismo Social, Parte II, Fundación Mexicana Cambio XXI, 1992), y por lo tanto, cabe recordar: “Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”. Hélder Câmara. (Continuará).


Google News