El populismo patriotero del mandatario estadounidense es un componente esencial para comprender la actual dinámica de la renegociación del TLCAN. Como una señal patente de su neoproteccionismo, el presidente Trump justo acaba de condicionar la evolución de ese proceso trilateral con dos requisitos que estima irrenunciables.

En primer lugar, sostiene que su país abandonará ese tratado si la balanza comercial le resulta deficitaria, de antemano, lo cual es un disparate. Efectivamente, la evolución de ese indicador está sujeto a distintas variables que cambian de tiempo en tiempo, como su propia capacidad productiva y la demanda de insumos.

Para resolver esa situación, que bajo su óptica afecta a gran parte de la industria nacional, Trump declaró estar dispuesto a emprender tantas guerras comerciales como sean necesarias y las califica como buenas y sencillas. Incluso propone, como una escueta solución para ganar mucho y perder poco: “No comerciar más”.

En segundo término, sostiene que para poner a salvo a su país, debe proteger al acero y al aluminio que se producen en suelo estadounidense. No duda en condenar la mala situación y agonía de esas industrias, así como la relocalización masiva de empresas y de trabajos. Pero va más allá.

Entrado el siglo XXI, en la era de la información y del conocimiento, en lo que es la economía más grande y la más avanzada, tampoco duda en declarar que la soberanía depende solamente de la condición interna de esas industrias.

¿Qué propone entonces Trump para resolver los supuestos males que denuncia? La solución “justa” que plantea consiste en imponer “aranceles unilaterales” al acero y al aluminio, pero no sólo a sus socios en el TLCAN, sino a todos los países del orbe, según lo precisó el flamante secretario de economía de su país, Wilbur Ross.

Por fortuna, objeciones rotundas a esas amenazas no se hicieron esperar, globalmente. La canciller canadiense, Chrystia Freeland, advirtió de inmediato que los aranceles serían recíprocos. Idéntico mensaje formuló Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, así como dirigentes de Japón, China y Australia.

Empero, el comentario más incisivo provino del Fondo Monetario Internacional, quien resaltó que la imposición de tarifas causaría un fuerte daño, tanto a la economía global como a el mismo EU, cuyos sectores manufacturero y de la construcción son grandes usuarios de esos metales.

Lamentablemente, al conocer la postura del gobierno canadiense de rechazar la imposición del gobierno estadounidense, el representante de éste, Robert Lighthizer, señaló que si su país no logra el objetivo marcado por Trump, dejará la vía trilateral por la bilateral, con lo que buscará presionar aún más a nuestro país.

Frente a ese inaceptable chantaje, tampoco México debe ceder ni un ápice para defender sus legítimos intereses en el TLCAN, al igual que lo hace Canadá. En todo caso, debe apegarse a los principios que rigen al comercio mundial y que la administración estadounidense debería estar consciente que le benefician por igual:

El capitalismo se funda en el libre funcionamiento del mercado, no como principio dogmático sino práctico, puesto que la “mano visible” del gobierno tiene fuertes limitaciones para tomar siempre las mejores decisiones, como establecer tarifas que no buscan corregir fallas del mercado, sino proteger artificialmente industrias.

El libre mercado supone que los agentes del mercado son quienes, vía oferta y demanda, con el menor número de restricciones justificadas, hacen posible el uso más eficiente de los capitales, bienes y servicios disponibles, lo que favorece al equilibrio.

Los subsidios permanentes y las restricciones injustificadas, así como los monopolios y oligopolios, generan distorsiones en el mercado, lo que se traduce en ineficiencias que afectan el correcto desarrollo de los sectores productivos, además de generar precios artificiales, que soportan la industria y el consumidor.

Como avezado empresario venido a político excéntrico, no es un disparate señalar que el presidente Trump debe saber perfectamente que sus ocurrencias tienen límites, ya que el mercado abierto es la única garantía no sólo para un Estados Unidos grande, sino también para un México, una América y un mundo grandes.

 

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