Dos elementos clave en el caso de la niña “Frida Sofía”. Uno, que los periodistas que cubrieron por muchas horas el proceso del rescate de dicha menor, incurrieron en una falla que hoy se sobredimensiona por el alcance y los comentarios que tuvo y generó: no ubicar la fuente directa de información, que en este caso eran los padres de la menor, padres de sus compañeras, personal de la escuela o maestras.

Nadie consultó a alguno de ellos porque, extrañamente, ninguno de estos posibles informantes estaba en el la zona alrededor del derruido edificio escolar.

Sin sus padres. Lo planteo de manera más sencilla. Cualquier persona que tiene un pariente —sobre todo, un hijo— que sufrió un percance, que no ha llegado a casa o que no se ha comunicado con sus padres después de la hora en que acordaron que regresaría, lo primero que hace es buscarlo, llamar por teléfono e ir al lugar en el que saben o suponen que pudiera estar.

Resulta por demás ilógico que una menor de edad estuviera atrapada entre los escombros de una escuela y que sus padres, sus hermanos, maestros o alguien que la conociera, no estuviera al pendiente de su rescate.

No. De ninguna manera condeno a los periodistas que estoicamente estuvieron al pendiente del salvamento de “Frida Sofía”, ni mucho menos.

Tampoco creo ni considero que exista elemento alguno para vociferar que fue un engaño preparado por el gobierno mexicano para distraer a la población no sé de qué o con el objetivo de concretar otro fin maquiavélico.

Nada de eso. Pienso que fue un error periodístico de los reporteros, de los jefes de información y de los directores de los medios, que no verificaron lo que dijeron o “filtraron” las fuentes oficiales, que no necesariamente son las más adecuadas ni las más confiables.

Nadie, absolutamente nadie está (estamos) exento(s) de incurrir en errores. Por eso es que de este suceso es importante aprender la lección: siempre discernir quién es la fuente correcta en cada caso que cubrimos como periodistas.

Los culpables. Por eso es que llama la atención que Televisa, que fue el medio que “apostó” informativamente por el caso de “Frida Sofía”, no haya expresado una disculpa pública a sus audiencias.

La intención, más allá de colocar la televisora en el “paredón de los acusados”, es entender que quienes nos escuchan, nos ven o nos leen, mercen saber que emitimos información equivocada, independientemente de quien la haya gestado.

En lugar de proceder de esta manera, la poderosa empresa televisiva mexicana optó por deslindarse de la responsabilidad y endilgar a la Secretaría de Marina toda la culpa de que se haya difundido información falsa o, por lo menos, dudosa.

El mensaje que enviaron a los mexicanos los conductores de Televisa, Carlos Loret de Mola y Denise Maerker, fue que por culpa de las “fuentes oficiales” los medios de comunicación dieron vida a un mito. Nada, pues, de autocrítica, como exige esta profesión de periodista.

Este comportamiento de la televisora contrasta con el de la Secretaría de Marina, dependencia que asumió lo que corresponde a su responsabilidad, y lo aceptaron de manera pública.

Éste es el otro elemento del caso. Más allá de quién o quiénes crearon la historia, resulta fundamental cumplir con reglas mínimas de ética, que exige a todos responder por sus equívocos, reconocerlos y disculparse ante las audiencias, que es a ellas a las que, se supone, se presta un servicio.

Consejo. El gran periodista polaco, Ryszard Kapuścinski, escribió en su libro Los cinco sentidos del periodista: “Qué pasa cuando el otro tiene una visión sesgada de los hechos o intenta manipularnos con su opinión. Para prevenir esto no existe receta alguna, porque todo depende de las situaciones, que es como decir de un montón de cosas. La única medida que se puede tomar, si tenemos el tiempo, consiste en juntar la mayor cantidad de opiniones para que podamos equilibrar y hacer una selección”.

La falla fue no tener presente este consejo.

Periodista.

@juanjosearreola

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