El proceso electoral ha concluido, escuchamos promesas, vimos encuestas sesgadas, entrega de presentes, fotos, entrevistas en los medios de comunicación, mensajes en las redes sociales, etc.

Se emitieron los cómputos de las votaciones. Los resultados fueron alentadores. Los ciudadanos salieron a votar y se impusieron por encima del gobierno y de las decisiones de los dirigentes de partidos.

La población sin conocerse, sin tener una relación personal, coincidió en sus pretensiones ciudadanas, y emitieron su sufragio. Se organizaron sin estructuras, con una participación horizontal, sin más liderazgo que la razón para preservar la República, el federalismo y sobre todo el equilibrio en el ejercicio del poder.

Los candidatos ahora electos deben cumplir las propuestas que hicieron. ¡Qué no se olviden de aquellos que hace unos días le otorgaron su voto! ¡Qué no se confundan! Resultaron ganadores porque la población decidió darles una oportunidad, el triunfo es transitorio, cada elección trae aparejado una lección y un escenario diferente, pero un mismo objetivo: preservar el estado de Derecho que significa vivir en paz, vivir en libertad.

Tal vez no han cambiado las percepciones de los próximos gobernadores, diputados presidentes municipales, etc, pero lo ocurrido es de suma importancia: la sociedad estuvo por encima de los partidos y sus candidatos, tuvo la enorme capacidad para definir sus intereses y prioridades. Decidió que el poder debe estar dividido, no en unas solas manos. Fue una llamada de atención al Poder Ejecutivo. Falló la estrategia para dividir al pueblo mexicano, esto se reflejó en las urnas: la clase media votó en contra de las políticas del presidente de República.

Lograron que la composición del Congreso se modificara, los diputados deben entender, y que les quede claro, que son mandatarios, no se permitirá anular lo que se ganó en las urnas. Si los dirigentes de los partidos traicionan a sus electores y se alían con el partido del presidente, estarán condenados al fracaso y al castigo de la población.

El presidente tiene a México a dos bandos, entre lo real y lo ideal, entre el ser y deber ser. Desgaste estéril.

¿Qué pasará con los problemas que afectan a una gran cantidad de jóvenes que enfrentan un futuro laboral incierto? ¿O con las personas de la tercera edad? ¿Con los enfermos afectados por el desabasto de medicinas, o a las madres trabajadoras necesitadas de instituciones en las que se atiendan los requerimientos de sus hijos pequeños? ¿Qué va a pasar con los problemas de la sociedad, agudizados por la pandemia? ¿Qué con la educación defenestrada, el sistema de salud desmantelado? La lista es interminable.

Son tiempos difíciles, lo que sigue es pensar y trabajar por el México que queremos. Primero conduciéndonos con rectitud y profesionalismo en el trabajo que desempeñemos; segundo, participando en la vida comunitaria, siendo ciudadanos solidarios, interesados en los asuntos públicos, apoyando y opinando sobre quienes gobiernan para que la administración pública sea conducida sin desviaciones.

Tal vez las ideologías han sido substituidas por un pragmatismo mal entendido, el compromiso social, no debe quedar a un lado, los políticos deben dar certidumbre a los ciudadanos de que se conducirán con honestidad y atenderán sus peticiones y requerimientos.

Los ciudadanos ejercieron el voto útil y emitieron un mandato: actuar con solidaridad, defender las instituciones, respetar la ley y castigar la impunidad.

Se emitió un voto útil, un voto por México, un voto por Querétaro.

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