Recordemos que, durante la evolución cultural del ser humano, fue desarrollando el hábito de coleccionar alimentos como frutos, semillas, hojas e incluso empezó a inventar herramientas para poder cazar animales y, con ello alimentarse y vestirse. Asimismo, nació en el hombre la inquietud de reconocer patrones o similitudes y diferencias entre los objetos, los animales o las plantas, y con ello comenzó a asignarles nombres o categorías, con lo que se dio inicio al proceso de “clasificar”. Muchos siglos después (siglo XVIII) se dio el inicio formal de la Taxonomía, derivado de los trabajos de Linneo que culminó en 1758 con su Sistema Naturae (Sistema Natural), obra crucial que marcó las bases de la nomenclatura de los seres vivos y el sistema binomial de género y especie, que actualmente rige las reglas de toda la estructura de la Taxonomía y Sistemática Moderna (conceptos vertidos en la columna del 24 de enero de 2014).

Derivado de estos principios básicos de clasificación de la vida, surgió la necesidad de referenciar las evidencias de todas las especies fósiles o vivientes que fueron o siguen clasificándose en la naturaleza.

Por ello, con base en reglas o códigos nomenclaturales regidos por la Taxonomía, todos los científicos que van describiendo las especies, designan ejemplares “tipo” que representan el estandarte principal que define a una especie considerada nueva para la ciencia, pudiendo asignar a otros ejemplares procedentes de la misma localidad (localidad tipo) como ejemplares “paratipos” que conforman en conjunto la “serie tipo”, con la cual se definen a las especies descritas con nombres binomiales latinizados y con descripciones escritas muy puntuales y certeras, pudiendo adicionar además, imágenes o dibujos y, que se llegan a publicar en revistas científicas reconocidas a nivel internacional. Pero además, cabe hacer notar, que estos ejemplares “tipo”, a su vez deben ser catalogados con todos los datos básicos de localidad, fecha, colector y número de catálogo de referencia de la colección científica en donde se han depositado ejemplares de la denominada “serie tipo”.

Por ello, para resguardar a las especies que se van describiendo, se han constituido en muchas instituciones y/o países, colecciones científicas biológicas, de donde han derivado los grandes Museos de Historia Natural de alcances regionales o nacionales. De donde han derivado tres estructuras básicas de un museo o colección: Museos de exhibición, Museos científicos y Colecciones científicas institucionales.

En los Museos de exhibición, el objetivo principal es el de transmisión de la cultura, donde se pueden observar animales o plantas y fósiles, que fueron descritas a lo largo de los siglos desde el inicio de los trabajos taxonómicos. En ellos, el hombre puede admirar en escenarios museográficos la recreación de la biodiversidad en biomas, biocenosis o ambientes particulares de nuestro planeta. En este tipo de exposiciones destacan por ejemplo los museos de Historia Natural de Londres, Inglaterra, Nueva York y Washington D.C. en los Estados Unidos y en nuestro país, sólo se tienen exposiciones parciales en el Museo de Historia Natural del Bosque de Chapultepec o el Museo Universum de la UNAM en el Distrito Federal y en algunos pequeños museos regionales, como el del Desierto en Saltillo, Coahuila.

En los Museos científicos se pueden conjuntar ambos esfuerzos tanto de exhibición como de trabajo científico. En estos casos, es común en estos grandes museos que haya edificios o áreas reservadas al público y otras a las que sólo pueden acceder científicos reconocidos, donde se resguarden colecciones científicas de gran tamaño e importancia.

Por último, cabe destacar la tercera categoría de colección biológica, que corresponde a las Colecciones científicas institucionales. Estas colecciones corresponden a esfuerzos de grupos o laboratorios en un gran número de Universidades en el mundo, incluyendo por supuesto a nuestra UNAM (por ejemplo, en el Instituto de Biología), donde se han constituido colecciones de animales, plantas, otros grupos biológicos y fósiles, que dependiendo de la temática de estudio los investigadores han conformado extraordinarias colecciones científicas donde también se resguardan estos tesoros incalculables de ejemplares “tipo” o de referencia de especies descritas, que representan en conjunto con todas las otras colecciones biológicas en el mundo establecidas, la riqueza de la vida de este planeta.

Finalmente, la importancia de las colecciones científicas biológicas radica en el conocimiento de la biodiversidad, en la ecología, en la parasitología, en la biogeografía, la conservación de la vida, en la cultura y la enseñanza.

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