El hambre y la violencia son los instigadores de la caravana migrante hondureña.

Otro factor es, paradójicamente, la estrategia de contención, detención y deportación seguida en México a partir de 2014, que se convirtió en un vía crucis para los migrantes.

Cuando la mejor idea que tuvo la Secretaría de Gobernación para disuadir a migrantes de seguir su camino hacia el norte fue que el tren La Bestia aumentara su velocidad de recorrido, quedó claro que no estaba sobre la mesa asomarse siquiera a los factores estructurales de esta sangría cotidiana.

Si uno se asoma a San Pedro Sula, punto de partida de la Caravana, de inmediato ve el abismo. El índice de homicidios en esta localidad excedió a 100 por cada cien mil habitantes, de los más altos del mundo. “En San Pedro Sula es mucho más fácil que a un joven lo maten de un balazo mientras se dirige a la parada del autobús, a que pierda la vida tratando de llegar a Houston a través de México”, me dijo en 2016 una activista hondureña.

Son cuatro los factores de expulsión de migrantes en Guatemala, Honduras y El Salvador:

1. La economía extractiva que depreda recursos naturales y el círculo vicioso de las remesas, que se perpetúa porque el mejor negocio de las oligarquías centroamericanas es exportar pobres;

2. El deterioro ambiental en el corredor seco centroamericano, que se manifiesta en desastres “naturales” agravados por la nula sustentabilidad en las políticas agropecuarias;

3. El secuestro del Estado por la élite política y oligarquías económicas. En Honduras el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en 2009 y la reelección fraudulenta de Juan Orlando Hernández enviaron la señal de que las vías pacíficas de organización popular para el cambio están cerradas.

4. La violencia de las maras, pandillas y crimen organizado que ejercen control territorial secuestrando, extorsionando, asesinando y hostigando a los ciudadanos de a pie.

A la caravana no le faltan padrinos, dicen Donald Trump, Fox News, Mike Pence y Juan Orlando Hernández, el presidente hondureño. Ya seleccionaron a su galería de villanos favoritos, desde el depuesto presidente hondureño Manuel Zelaya hasta el filántropo George Soros, y ya encarrerados afirman que vienen en la Caravana los maras y terroristas del Medio Oriente. Afirmaciones peregrinas sin prueba alguna, como el propio Trump reconoce.

Trump amenaza con que de no ‘cooperar’ México con la tarea de deportación de migrantes, podría detener el proceso de firma y ratificación del T-MEC. Vaya paradoja: la renegociación del pacto comercial norteamericano excluyó a los intereses de los trabajadores migratorios, pero hoy los usa como monedas de cambio.

En México se dio un oportuno viraje de la represión en el primer momento, a la decisión de procesar las solicitudes de refugio de quienes desean quedarse. Sin embargo, en el ocaso del sexenio, el terrible abandono y deterioro que acusan el INM y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, ésta última acéfala en el momento más crítico de su tarea en todo el sexenio, merman seriamente su capacidad de respuesta.

Entiendo que el gobierno entrante no quiere echarse a cuestas un problema más que le toca enfrentar a quienes todavía están en funciones, pero el presidente electo podría dar certidumbre al proceso de refugio si designa a los titulares de INM y Comar.

No funcionará la estrategia de disuasión vía el desgaste contra los migrantes, que utilizan Trump abiertamente y algunos sectores del gobierno mexicano veladamente. Si seguimos dándole la vuelta a los factores que detonaron el éxodo, nosotros mismos seremos responsables de la gestación de nuevas caravanas.

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