El día llegó, era solo cuestión de tiempo para que el iracundo Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tronara públicamente en contra de México, su gobierno y sus esfuerzos por contener la migración, que él nunca considerará suficientes, atacando con esa beligerancia que le caracteriza al mandatario estadounidense, que ha hecho de la mentira su arma principal y de la xenofobia su obsesión, mezclada con su estrategia electoral hacia las próximas elecciones de 2020.

Trump es conocido por sus antencedentes como figura pública que ha sido aún antes de entrar en la política, lo cual lo ha mantenido siempre como foco de atención de los medios de comunicación y los tabloides por su vida de playboy multimillonario, por sus grandes edificios íconos de importantes ciudades en el mundo como Nueva York o Chicago, así como por su reality show “The Apprentice”, esto además de su fama como duro negociador que hace del bullying su principal estrategia para llevar al límites a sus contrapartes.

Por supuesto que Trump ha perdido muchas veces en su vida, pero su estilo agresivo le ha dado frutos a lo largo de su carrera, no sólo en los negocios sino también en la política, donde ahora como mandatario ha casado todo tipo de pleitos, tanto dentro de su país como con mandatarios de varias naciones, algunas incluso consideradas amigas de los Estados Unidos y ni que decir de los enemigos naturales, donde sólo respeta al líder ruso Vladimir Putin, por algo será. Mundialmente conocidos son sus desplantes como aquél protagonizado con la reina de Inglaterra, el empujón al Primer Ministro de Montenegro en la reunión de la OTAN, la agresión directa a Justin Trudeau, Primer Ministro de Canadá, a quien llamó deshonesto e inútil o dejar con la mano estirada a Angela Merker, Canciller alemana. Estos se suman a tantos otros que hizo como candidato donde igual se fue contra China, Iran, Corea del Norte y México.

Lo que es un hecho es que Trump no conoce otra forma de actuar, es su escencia y quizá él considera que es también la fórmula de su éxito inegable, ya que así ha conseguido sus objetivos tanto en los negocios como en la política, aunque jamás será lo que él quisiera se le reconociera, un estadista de la altura de algunos de sus predecesores como Obama, Clinton, Kennedy, Reagan, Roosevelt o el gran Abraham Lincoln.

La semana pasada Donald Trump trató de provocar un nuevo pleito con México, con su gobierno y con su presidente Andrés Manuel López Obrador, para ver si este mordía el anzuelo. Tenemos que dar por hecho que el discurso contra nuestro país irá subiendo de tono, como lo hizo en el 2016 y llegará a su climax previo a la elección en noviembre de 2020. La construcción del muro será el estandarte de su campaña de reelección, el haberlo logrado, al menos los recursos para ella, o no haberlo conseguido en cuyo caso hará de los demócratas los culpables. Pero las bravuconadas de Trump, sus agresivos tuits y sus declaraciones ofensivas en eventos y momentos bien escogidos por él, difícilmente son llevadas a la práctica, es su estilo de amenazar, incluso blofear, escondiendo sus verdaderos objetivos. El TLCAN, ahora T-MEC, fue en algún momento víctima de ese chantaje, para que al final no fueran tantas las modificaciones y hoy sea prioridad en su agenda ratificarlo en su congreso. Políticamente dirá que cumplió y lo pondrá como un logro para su fiel electorado.

No vale la pena un mano a mano con un Presidente tan poderoso, pero con un futuro tan incierto en la matemática política, a Trump le quedan 1 año y 8 meses seguros como Presidente, a AMLO le quedan más de 5 años y medio. Por eso no se debe comprar el pleito, no es cosa de dignidad, sino de estrategia, ante un bravucón que finta y normalmente se repliega, buscando otro que caiga en la trampa.

Abogado con maestría en Políticas Públicas. @maximilianogp

Google News