Durante varios meses, a lo largo de casi un año, he vivido el impacto de pérdidas cercanas, pero también he tenido la oportunidad de vivir varias celebraciones, de esas que son motivo de fiesta y en las cuales nos hemos reunido en familia y visto como los nietos de mis padres se han convertido a su vez en padres, y otros siguen dando el paso importante del matrimonio para formar nuevas familias en un correr del tiempo, sin tregua alguna.

Ello nos ha permitido coincidir la totalidad de diez hermanos y convivir como en los momentos de antaño, casi cuarenta años atrás, cuando las reuniones familiares se daban con mucha frecuencia en la casa paterna y en un ambiente donde lo verdaderamente importante era convivir y estrechar vínculos entre todos, gracias a los propósitos que en ello pusieron tanto empeño nuestros padres.

A dichas reuniones, cariñosamente las llamábamos “las botanas de los sábados”, a las cuales acudían con regularidad tíos y primos, así como amigos de la familia. Mi madre, con su autoridad indiscutible, con una mano izquierda envidiable, con una sonrisa que nos derretía y derramando instrucciones con la mirada, comandaba el grupo familiar junto con mi padre, quien disfrutaba del descanso del fin de semana en aquel tranquilo bullicio.

Poco a poco los nietos fueron llegando y ocupando espacios que se abrían eventualmente en la mesa de un comedor que dejó huellas profundas y muchos aprendizajes que hoy día siguen siendo un verdadero tesoro. Se hablaba de múltiples temas y problemas, con aquella buena velocidad que hoy pudiera parecer lenta y obsoleta en la carretera de la comunicación, pero tremendamente efectiva en las veredas de las convicciones, de la libertad de pensamiento y de buenas ideas.

Las botanas eran sencillas, pero llenas de amor y sazón. No faltaba quien llevara las delicias de nuestra cocina mexicana, gorditas de maíz quebrado, tacos dorados o de canasta, que desaparecían junto con las bebidas en el transcurso de un par de horas que era el tiempo reglamentario de esos encuentros. Algunos se marchaban para atender compromisos con sus propias familias, pero quienes se quedaban, ingresaban al segundo turno que era la comida y una tarde que se prolongaba recurrentemente.

El Querétaro de entonces no llevaba mayor prisa, mucho menos los sábados y domingos, cuando platicar era una actividad que hoy hace tanta falta practicar más allá de las redes sociales y de todas las maravillas cibernéticas que nos siguen activando la capacidad de asombro a muchos quienes hemos vivido tantos y tantos cambios, inventos y un sin fin de cosas impensables apenas ayer.

Algunas veces, siendo aún soltero, me cuestionaba el por qué especialmente mi madre le otorgaba tanta importancia a las botanas de los sábados, así como brindar la debida atención a todos quienes acudían a la invitación abierta que se suspendía muy pocas ocasiones y solo por causa de fuerza mayor. Poco a poco se disminuyó la frecuencia en la medida que fue disminuyendo la salud de mis padres.

Pero al paso de los años comprendí la importancia y el valor que tienen hasta nuestros días dichas reuniones. Aunque no lo hacemos con la frecuencia que quisiéramos, siempre que nos juntamos tenemos la oportunidad de recordar y sobre todo agradecer ese afán de mantener el lazo familiar más allá de las nuevas familias que fuimos formando cada uno de sus hijas e hijos.

A quienes leen estas letras, les invito a construir espacios familiares como lo fueron para nosotros aquellas botanas. El hacerlo, permitirá que tanto ustedes como nosotros, nuestros hijos y sus hijos, establezcamos vínculos familiares más solidarios, más tolerantes y sobre todo más comprometidos con una visión de futuro, donde los vínculos dejen la fragilidad que hoy les caracteriza y se fortalezcan lo suficiente para seguir haciendo de este Querétaro nuevo, el lugar que deseamos conservar para que lo disfruten futuras generaciones.

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