La educación pública en nuestro país ha tenido algunas constantes. Una de ellas ha sido la versión liberal de la historia de México, que convirtió en héroes a quienes hicieron la Independencia, la Reforma y la Revolución, procesos que salvaron a la patria de diversos yugos.
   
Para quienes aprendimos a conocer nuestro pasado de esta manera, sorprende (y ofende) el afán que se ha desatado por reivindicar a un príncipe extranjero, que llegó al país invitado por los conservadores y apoyado por las armas francesas, para imponerse como emperador. Con el pretexto de los 150 años del fusilamiento de Maximiliano, se ha estado insistiendo en mitificar (aunque ellos dicen que  desmitifican) la figura del Habsburgo, a golpe de libros, conferencias, declaraciones, películas y hasta misas (sí, misas en este país que hace siglo y medio gracias a la genialidad de los hombres de la Reforma es laico), hechos por adoradores de la idea del imperio.


  Así, el presidente municipal de Querétaro, olvidando que los mexicanos no conmemoramos el fusilamiento de Maximiliano sino celebramos a quienes lo vencieron, llevó a un descendiente del Habsburgo a dictar una conferencia (¡nada menos que en el Museo de la Restauración de la República!), en la que se explayó sobre las bondades de su tío y hasta afirmó que la gente tiene un recuerdo favorable de él.
  
Y lamentablemente no es el único. Hay varios historiadores que afirman que el imperio era deseado por todos los mexicanos (incluyendo a las comunidades indias, a partir de la idea de lo agraviados que estaban por las leyes de la Reforma), como si entonces los habitantes estuvieran enterados de lo que sucedía entre las élites. Y no sólo eso: según uno de ellos, Maximiliano “sacó a México del marasmo horrible que venía cargando desde las guerras de independencia, que llegó a tocar un fondo terrible con la derrota frente a Estados Unidos en 1848”, como si en los tres años que estuvo aquí le hubiera dado tiempo de eso.


  Pero en su deseo de justificar la presencia del extranjero, hasta dicen que era más liberal que los liberales, amaba a los indios, se puso del lado de los pobres, impulsó la cultura, construyó obra pública y otras sandeces por el estilo, de suyo imposibles porque no sólo ni tiempo tuvo de hacer nada, ni cosas buenas ni malas, sino porque lo único que le interesó fue diseñar los uniformes de sus guardias y  organizar un protocolo copiado del de su país de origen, que nomás no venía a cuento en estas tierras, pero para el que pidió un préstamos y nos endeudó.
   Los historiadores argumentan que ellos lo único que hacen es recoger la historia tal como es, sin juzgar. Pero esa objetividad no existe. Los documentos en que se basan fueron escritos por humanos con ideología y a la hora de reconstruir e interpretar el pasado, quienes lo hacen tienen sin duda una. Los que así hablan, aseguran que están dejando atrás la historia oficial, cuando lo que están haciendo es precisamente restaurar la historia oficial, pero de los conservadores.
  
Pero la peor parte de esta narrativa, está en que en ella los mexicanos no desempeñaron ningún papel para terminar con la intervención extranjera y el imperio espurio. Según sus argumentos, Maximiliano cayó por decisión de Estados Unidos (y su Doctrina Monroe) y por las pugnas entre Francia y Prusia, mientras que los esfuerzos de Juárez y los liberales no significaron nada y sin ellos las cosas habrían sido iguales. Es más, un autor hasta afirma que “Juárez continuó con las ideas reformistas implantadas por el emperador”, como si las hubiera aprendido de él y no llevara años pensándolas y luchando por ellas.

La efeméride debió servir para celebrar el espíritu republicano, liberal y laico sobre el que se fundó la nación mexicana y que, les guste o no a los conservadores, es el que nos debería seguir guiando, y no para recordar a un pobre diablo impuesto aquí.

Escritora e investigadora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com

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