En nuestro país el mundo del trabajo tiene una densa opacidad. El régimen corporativo que lo ha caracterizado ha sido objeto de pocos estudios consistentes y de simplificaciones peligrosas. Sin embargo, es indispensable un conjunto de cambios tanto en la esfera política como en la legislativa y de las propias relaciones sociales que empieza a desplegarse con gran celeridad. Si en el pasado cercano comenzó a escudriñarse el trasfondo de la organización sindical tanto en obras literarias como en la reflexión académica, apenas comienzan las modificaciones que aspiran a convertirse en un baluarte fundamental de la Cuarta Transformación. De hecho, el gran déficit democrático que arrastramos en este campo ha sido una limitante fundamental de nuestra transición hacia un Estado de Derecho.

El pluralismo político no generó por desgracia la participación de las organizaciones sindicales en los partidos o el interés de éstos en impulsar avances consistentes en las relaciones obrero-patronales. Al Partido Comunista que entendía el problema desde su propia perspectiva y programa histórico, no se le permitió desarrollarse en ese ámbito sino de un modo marginal y bajo la vigilancia de la represión. No surgieron además movimientos socialdemócratas y los pocos intentos que hubo fueron cooptados desde el gobierno, dejando a las oposiciones el cultivo de las clases medias con todas las limitaciones que se conocen. Fue por ello una magnífica noticia la “Ley de democracia sindical” publicada el 1 de mayo de este año y cuyo cumplimiento podría significar una contribución para la distribución del ingreso en México.

Es plausible el trabajo presentado este 3 de diciembre por la joven investigadora María Xelhuantzi titulado 101 años de control sindical en México. Este trabajo ofrece además explicaciones contundentes sobre la “Pobreza por Decreto” que se impuso al sector laboral durante el período neoliberal. En la medida que el nivel de sus percepciones fue fijado por las autoridades hacendarias, quien jamás negó que los salarios eran determinados por el Banco de México, a fin de privilegiar la estabilidad económica sobre el desarrollo general del país.

La argumentación conservadora sostenía la primacía de las llamadas cifras macroeconómicas: tasa de crecimiento, índice inflacionario y tipo de cambio, entre otras. A pesar de que entre 1973 y 1976 se probó la falacia de estos alegatos, la élite tecnocrática volvió a establecerlos al ganar el poder político. La derecha pregonó desde entonces que si los salarios subían por arriba de la productividad, solo propiciarían la inflación lo que a su vez anularía el incremento nominal de las ganancias de los trabajadores. Falsa hipótesis, ya que la productividad del trabajo crecía más que los salarios y el nivel de inflación llego a superar varias veces el valor de las percepciones obreras, como en la época de Miguel de la Madrid.

Este desmentido vuelve a repetirse en el gobierno de López Obrador que decidió aumentar salarios mínimos generales en 16% y los de la frontera en 100% durante 2019, mientras que la inflación bajó para el cierre de este año al 3%. El ejercicio se repetirá para 2020 con el incremento de los salarios generales en 20% y el de los fronterizos en 5%. Según estudios de la CEPAL esta sola medida podría representar un 4% en el crecimiento del PIB.

Cuando en la firma del TLCAN la parte mexicana se resistió a incluir el tema laboral, los derechos humanos y el medio ambiente en el acuerdo y los dejó al nivel de clausulas paralelas no vinculantes. Hoy la historia se escribe de manera opuesta durante el proceso de negociación y firma del T-MEC, ya que las exigencias de los gobiernos norteamericano y canadiense para el aumento de nuestros salarios es inevitable —aunque algunos empleadores desvelados los rechazan a nombre de la “soberanía nacional”—. Ello para evitar un dumping laboral y dinamizar el intercambio entre los tres países. Los empresarios mexicanos se acomodan ya a este planteamiento y el más rico de ellos propone el aumento paulatino de los ingresos obreros hasta en un 68%, a fin de desarrollar un poderoso mercado interno. El entierro de los salarios vergonzosos.

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