El año pasado, para estas fechas, estaba laborando como editora de la sección Vida Q, aquí en El Universal Querétaro, misma en la que ahora tan amablemente me prestan el espacio para que aparezca impresa esta columna; era 17 de abril y corría un jueves como cualquier otro cuando nos enteramos de la muerte de Gabriel García Márquez. Tuvimos que cambiar la portada que ya teníamos planeada, pues por supuesto era una noticia de importancia internacional; el escritor latinoamericano más famoso, así como reconocido desde mediados del Siglo XX había fallecido a los ochenta y siete años.

Gabriel José de la Concordia García Márquez, el Nobel colombiano, quien nos fuera prestado a los mexicanos como propio por los muchos años que vivió en nuestro país, donde escribió gran parte de su obra, lugar en el que al fin dedicó su último sueño, fue el gran maestro del Realismo mágico. Por eso algunos han considerado que después de su deceso sólo nos han quedado más de cien años de soledad sin su pluma, pues consideran que en las nuevas generaciones no hay un exponente tan grande como él ni en la forma ni en el fondo. Aunque yo difiero de ello, no entraremos en detalle de esta cuestión.

Algunos lo han llamado poeta, hecho que no me hacía sentido hasta hace poco, puesto que casi siempre se desempeñó como creador de novela y cuento, lo mismo que como periodista; sin embargo José Luis Díaz Granados, en  su libro Gabo en mi memoria nos muestra algunos poemas que el autor del Amor en los tiempos del cólera escribió en sus tiernos inicios. También dice acerca de Gabito (como le llamaban sus allegados) lo siguiente:

queremos reconocer en su narrativa magistral, el duende inequívoco de la lírica, las deslumbrantes y arrobadoras gotas de luz con que suele constelar su prosa prodigiosa, y corroborar así que la presencia de la poesía en la novela, el cuento y el periodismo de Gabriel García Márquez no es solamente la prueba concreta de la magnificencia de su parábola vital, sino que es la única artífice de una obra que desde siempre nos ha pertenecido a todos y que se cristaliza en la memoria de los tiempos…

Desde esa perspectiva podemos decir que sí, García Márquez era un poeta, pero también guionista, narrador, columnista, entrevistador, cronista, y hasta dramaturgo. Algo curioso es que a pesar de sus enormes logros en la materia, no estudió letras, pero sí  la carrera de cine en el Centro Sperimentale Di Cinematografia di Roma, además de que presidió la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y fundó la Escuela Internacional de Cine y Televisión, ambas en Cuba.

Otra forma en la que su carrera estuvo ligada al cine fue que sus libros han sido fuente de inspiración para numerosas películas y sin duda lo seguirán siendo. En México tenemos ejemplo de ello, recordaran ustedes, con cintas como El coronel no tiene quien le escriba, dirigida por Arturo Ripstein en la que Fernando Luján demuestra su capacidad histriónica, digna de la dinastía Soler.

Igualmente está Memoria de mis putas tristes, su última novela, llevada al cine en 2011 bajo la dirección del danés Henning Carlsen con un reparto en su mayoría de actores mexicanos, filmada en Campeche en una co-producción Dinamarca-España y México; a mi juicio, una buena realización que refleja casi fielmente los ambientes, los personajes y la trama del libro. Aquí quiero decir que fuera de cualquier otro análisis, un tema recurrente de García Márquez y de esta obra en particular es el amor. El personaje principal, un viejo periodista al que nombran el Sabio (ese hombre de 90 años enamorado de una chica a la que él llamó Delgadina, cual Quijote de  su Dulcinea) es quien lo demuestra, además de que nos lo recuerda cuando en uno de sus soliloquios dice: “Madre, siempre creí que morirse de amor era sólo una licencia literaria”.

Los dos títulos que les acabo de mencionar y sus correspondientes versiones fílmicas son para mí un buen resumen del mundo del escritor de Doce cuentos peregrinos en el que encontramos esos saltos repentinos dentro de la historia (tal como brincan las ideas de cualquier genio) o la presencia de acontecimientos fantásticos de los que heredó la afición por parte de su abuela, los cuales mezcla con situaciones reales de corte social o político o incluso de su propia vida.

García Márquez gustaba de contar a su manera acerca de las anécdotas de antaño y de lugares entrañables, (esos que nos recuerdan a la familia), pues era un ferviente admirador de la cultura latinoamericana rica en historia, la historia hecha por la gente, por el pueblo. Sin duda, no sólo amaba a la mujer y al Caribe, sino al cine, al periodismo, pero sobre todo a la literatura. Desafortunadamente un mal que entró a su cuerpo, en forma de enfermedad, lo alejó de su más grande pasión. Así, entonces, mi humilde conclusión es que Gabo murió de amor, pero sólo para iniciar el regreso a su mágico Macondo.

Google News