Este lunes se cerró un ciclo en la historia mexicana: el largo camino iniciado por el viraje neoliberal en 1982 concluyó este lunes con la promulgación de las leyes secundarias de la reforma energética.

Con todo el poder de su firma, como decía un comercial de los años 80, el presidente Enrique Peña Nieto pone fin al periodo de reformas que, en su momento, ni Miguel de la Madrid, ni Carlos Salinas de Gortari pudieron implementar, porque para ello, primero tenían que desmontar el andamiaje del Estado nacionalista revolucionario sin descomponer la maquinaria electoral.

El México postrevolucionario tuvo escencialmente un Estado benefactor, que al poner aranceles a las importaciones, incentivaba la economía nacional, además del control del Estado en materia energética, lo cual se traducía en el control monopólico de la extracción del petróleo; en materia política, un poder autoritario concentrado en el Presidente de la República se imponía a los otros dos poderes —legislativo y judicial— y había un partido político hegemónico (PRI).

Recordemos que el PRI tuvo sus orígenes en el movimiento revolucionario y que durante el siglo XX usó dicho movimiento popular para legitimarse en el poder. Hoy, de ese fuego revolucionario sólo quedan cenizas neoliberales. En el discurso y en la práctica, el PRI ha dejado de ser ese partido cuya esencia se remontaba al movimiento social de inicios del siglo.

La nueva generación de priístas sólo usa el cascarón de ese instituto político, dado que de la ideología con la que fueron fundados, hoy no responden ni al estado de bienestar ni al nacionalismo económico.

Cuando José López Portillo dijo que era el último presidente de la Revolución, no era una más de sus frases ingeniosas con las que pretendía disfrazar sus derrotas, era, al fin de cuentas, un diagnóstico del nuevo orden económico y político que se implementaría en México a partir de los años 80 y con fuerza en los 90.

Miguel de la Madrid fue el primer presidente de ese nuevo orden. Inició su mandato con una herencia de último minuto que López Portillo le dejó: la nacionalización de la banca, la cual sería reprivatizada el siguiente sexenio con Carlos Salinas de Gortari.

En su sexenio, de la Madrid tuvo que enfrentarse al primer dilema, si liberalizaba la economía, también debería liberalizar la política. Lo primero lo hizo a medias, lo segundo, lo evitó a toda costa con los fraudes patrióticos primero contra el Partido Acción Nacional en las elecciones de 1985 y después contra el Frente Democrático Nacional de izquierda en 1988.

En un mundo donde el socialismo se desmoronaba tras la caída del Muro de Berlín, Salinas de Gortari tomaba nota para que su proyecto no cayera. Recordemos que en la hoy extinta URSS, se dio tanto la apertura económica (perestroika) como la apertura política (glasnot), pero Salinas propuso para México una perestroika sin glasnot: apertura económica sin transparencia política. Necesitaba al viejo aparato corporativista para seguir implementando su proyecto neoliberal.

Con Salinas de Gortari empiezan las grandes reformas neoliberales que de inmediato diagnosticaron que el Estado estaba demasiado obeso, por ello, había que privatizarlo. Sus resultados económicos son favorables y hacia 1993 México vive en una burbuja económica que estalla violentamente en 1994, con el levantamiento zapatista, el asesinato de Colosio y el error económico de diciembre.

Lejos de dar un viraje económico, el siguiente presidente, Ernesto Zedillo, sigue con las mismas recetas neoliberales pero decide abrir también el juego político. Sin embargo, ni Salinas ni Zedillo se atrevieron a tocar Pemex, una izquierda en ascenso —y que ganaría la alcaldía de la ciudad de México— era una fuerte oposición que les impedía lograrlo.

Después vino la alternancia política sin cambio económico, y cuando las urnas se pronunciaron en 2006 por un viraje en lo económico, el fantasma del fraude volvió a aparecer para impedir cambio alguno en el modelo económico.

Hoy, con un PRI fortalecido, una izquierda debilitada y un PAN complaciente jugando a ser leal oposición, Peña Nieto firmó esa ansiada privatización, con lo que el grupo económico en el poder se juega su última carta para demostrar que su proyecto sí funciona, pese a tener ya 30 años de haber sido implementado y sólo conseguir una economía que crece poco. Se han jugado su última carta para que triunfe su proyecto, esperemos no pierda el país.

Periodista y sociólogo

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