Escribo estas líneas, amables lectores, con tristeza, dolor y rabia en el corazón. El trágico percance en la Línea 12 del Servicio de Transporte Colectivo, o Metro, ha cobrado 24 vidas hasta el momento de escribir este texto, con todavía decenas de heridos y desaparecidos. Familias rotas, promesas truncadas, la búsqueda infructuosa, las esperanzas que se desvanecen, lo sucedido es una tragedia en todo el sentido de la palabra.

Las imágenes y los testimonios son desgarradores, pero también resultan terriblemente familiares: los rostros desencajados de víctimas y familiares; las autoridades abrumadas, rebasadas; los vecinos, eso que nos da por llamar la sociedad civil, volcándose en generosidad y desapego material; los medios haciendo su trabajo, unos, excediéndose otros, algunos para bien, como los que en el momento prefieren auxiliar a un herido o difundir listas con nombres de heridos y hospitales, otros más simplemente en la vorágine de la noticia y la “exclusiva”…

Y los políticos. ¡Ay, los políticos que tiene nuestro país!, animados y envalentonados hoy en día por las hordas tuiteras a su disposición, siempre dispuestos a demostrar que la infamia y la miseria humana NO tienen límite. Un subsecretario de Estado que denuncia un supuesto atentado para después borrar cobardemente el tuit; un partido político que convoca una conferencia de prensa en el sitio mismo de la tragedia para tratar de lucrar con el dolor y la desesperación de las familias, otro partido que lanza un spot en redes sociales; los “expertos” con o sin partido que rápidamente salen a determinar culpables o, al revés, a exculpar al gobierno y esparcir falsedades. Siempre han sido ruines, ahora lo son descaradamente.

Alrededor de todo esto, la penumbra de las dudas, de las hipótesis, de las preguntas sin respuesta, de los sospechosos que se multiplican o eliminan dependiendo de la trama que se decida seguir.

Me explico: cuando sucede un evento catastrófico como el del lunes 3, la mirada siempre voltea, casi en automático, a ver al gobierno en turno o a los anteriores. Es normal, y lo es más todavía en un país como México, con nuestro lamentable historial de corrupción y complicidades. Pero no todo es siempre tan sencillo: en megaobras de infraestructura, como es el caso de la Línea 12, intervienen lo mismo autoridades locales que federales, pero los proyectos ejecutivos, los diseños y la ejecución de las obras generalmente corresponden a grandes o medianas empresas del sector privado. Son ellas las que construyen y entregan las obras, y al gobierno le toca vigilar, supervisar y, por supuesto pagar.

Hay tragedias que se pueden atribuir a error humano, a actos de la naturaleza, a accidentes. Otras no se explican si no hay fallas graves ya sea en el diseño, la construcción, la supervisión y e mantenimiento posterior de la obra. Ese parece ser el caso aquí, y solo una investigación imparcial y exhaustiva podrá dar las respuestas que todos exigimos y que las familias de las víctimas requieren. Esto se complica adicionalmente por los tiempos políticos que vivimos y porque dos de los principales protagonistas de la construcción/revisión/mantenimiento son mencionados como probables candidatos a la Presidencia de la República en 2024.

Ya habrá tiempo, y ojalá más información seria y sólida, para determinar lo que sucedió y castigar a los culpables. Por lo pronto queda mantener activo el reclamo y, también, la solidaridad con todos los afectados.

Analista.
@gabrielguerrac

Google News