Aunque no lo veamos o lo notemos de manera consciente, dependemos en gran medida de la ciencia y la tecnología. Evidencia de ello está en el sector salud, pues continuamente se generan medicamentos y tratamientos que parecen retar la efímera existencia del ser humano, lo que no solo ha permitido que vivamos más años, sino que tengamos una mejor calidad de vida.

Lector, le propongo un pequeño experimento o ejercicio de reflexión:

¿Qué sería de la humanidad si, por ejemplo, los antibióticos no existieran? Quizá usted considere, y con toda justicia, que plantearse escenarios hipotéticos de esta naturaleza resultan  un acto ocioso; aunque, desde mi punto de vista, pensar en como sería la vida sin “algo” cotidiano, nos pone en perspectiva el valor de las cosas. Este debate lo dejo al aire por ahora, y quizá lo desarrollemos en otro momento.

Lo que tiene cabida en este espacio es narrar lo que se dice y lo que se sabe sobre el descubrimiento del primer antibiótico que cualquier sociedad ha conocido como tal: la penicilina, molécula que es producida por el hongo Penicillium notatum, cuyo efecto antibiótico fue descubierto por Alexander Fleming.

Lo que se dice: Hay historias sobre los métodos que llevaron a Fleming a los grandes descubrimientos por los que se volvió famoso; de estas leyendas difícilmente sabremos la veracidad, pero sin duda nos ilustran a un Alexander peculiar. Por ejemplo, se cuenta que en alguna ocasión tuvo curiosidad sobre qué tipo de microbios crecerían en sus propios mocos; experimentó, y como resultado encontró que sus mucosidades (y otros fluidos como saliva o lagrimas) tenían actividad antibiótica debido a una enzima llamada lisozima. Otra historia relata que el descubrimiento del efecto de la penicilina sucedió porque era muy descuidado y por ello sus experimentos se contaminaban y, en una de esas, encontró al hongo que produciría el primer antibiótico conocido.

Lo que se sabe: Alexander trabajaba en un hospital, y en 1922 atendió a un enfermo del cual tomó una muestra de mucosidad, encontrando así la lisozima, enzima que provocaba que ningún microrganismo creciera en dichas muestras salvo el Staphylococcus aureus, bacteria que cuando contamina los alimentos puede provocar diarrea y, cuando llega a los pulmones, puede resultar en neumonía. Así, continuó sus investigaciones con relación a este último microorganismo, Staphylococcus aureus, y en 1928 encontró un experimento contaminado por un hongo ambiental, lo cual es más o menos común en cualquier laboratorio de microbiología; lo interesante era que alrededor de este hongo, algo había matado a las bacterias de manera muy clara. Tiempo después, se deduciría que el compuesto responsable de ello era la penicilina y este descubrimiento le valió ganar el Nobel de medicina en 1945.

¿Fue entonces, el aporte de Fleming, producto de la suerte? Si así lo creemos, tendríamos que ejercer la misma medida con Arquímedes de Siracusa, quien descubrió la densidad al sumergir su cuerpo en la bañera; o a Newton, cuando el ver caer una manzana lo llevó a descubrir la gravedad. Ambos, la densidad y la gravedad, siempre estuvieron ahí, aunque previamente nadie lo notó ni fue consciente de ello.

Probablemente Fleming no fue el primero en observar que un experimento se había contaminado con un hongo; quizá muchos otros pasaron por la misma experiencia y solo interpretaron un experimento fallido. Y es que a veces realizamos acciones de manera tan cotidiana, que lo hacemos en modo automático. Me pregunto cuántos detalles se han trivializado en la historia de la humanidad, que quizá ya habrían resuelto muchas de las grandes incógnitas que tenemos de la realidad. En este caso, por ejemplo, provocó que Fleming se hiciera preguntas, cuyas respuestas salvaron una cantidad tan grande de vidas que es imposible cuantificar.

Louis Pasteur decía que “la suerte solo favorece a la mente preparada”. Sin ánimo de corregir a Pasteur, pero sí brindando otro punto de vista, el mío, diría que la suerte favorece a quien tiene la bondad de prestarle atención a los detalles. Y en alusión a una frase de Pablo Picasso, cuando estos detalles emergen, más vale que te encuentren cuestionando.

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