La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian entre sí, pero no se matan: Erich Hartmann.

Tal como lo presagiaba su nombre, la humanidad se enfrentó en el fin de semana pasado a un viernes 13 desolador. Todo el fin de semana escuchamos las noticias de lo ocurrido en Francia, y un poco después lo que le ocurría a la población civil de Siria, Líbano y Kenia. Tal parece que nos enfrentamos al declive de una humanidad centrada patológicamente en sí misma, dispuesta a la autoaniquilación en una carrera veloz de avaricia y poder.

Cuando bebés, toda la atención de nuestras familias se centraba en nosotros. Por demás está recordar que un recién nacido es incapaz de brindarse todos los cuidados que se requieren para vivir, necesita de los demás para alimentarlo, darle calor, pero sobre todo cariño y abrazos para que se desarrolle sanamente. Con los años, nos volvemos más independientes y el mundo deja de centrarse en nosotros, en nuestro “Yo”, para empezar a sospechar que fuera de nuestra esfera existe un “Tú”, también con necesidades y por momentos fascinante. Este paso es vital en la madurez, de hecho muchos de los psicópatas son hijos únicos, se quedaron atascados en la era del “Yo”.

Vamos creciendo, madurando y a pesar de que las series de televisión nos muestran cómo seres humanos enfrentaron solos la adversidad, lo cierto es que la mayor parte de nuestros congéneres necesita de los demás para vivir. Es así como se fortalece la familia y la comunidad, y al afianzarse y perfeccionarse da origen a la sociedad y al moderno Estado.

Ahora bien, en pleno siglo veintiuno encontramos países altamente desarrollados no sólo en su aspecto económico, sino en el político. Mientras que existen otros países que enfrentan sucesivas crisis financieras, problemas demográficos, violencia y corrupción.

¿Qué es lo que hace diferentes a unos de otros?

Sin querer hacer un tratado del tema, creo que la diferencia estriba en el grado de madurez e integración del “Nosotros” en los pueblos. Aquellos pueblos en los que se aprecia la honestidad y existe la corresponsabilidad ciudadana son más proclives a tener líderes que buscan no defraudar a sus compatriotas. La mentira es motivo de escarnio, y se sanciona, lo mismo que la corrupción. Por tanto, ser gobernante es un honor y se debe dar ejemplo de austeridad democrática. Suecia y recientemente Uruguay, nos han dado lecciones de humildad.

En estos casos, los gobernantes no son el “Yo” primigenio que da origen y destino a los pueblos, sino sus meros representantes y como tales, los primeros en fomentar el respeto, pues se consideran parte del “Nosotros”. Hoy están en un lugar clave, mañana no, volviendo a ser ciudadanos.

En otras latitudes, los gobernantes sí están ensimismados en el “Yo”, privilegiando la satisfacción de su patente de corso momentánea en contra de sus naciones, estados o municipios satisfaciendo así las exigencias del “Yo” infantil, cuando mucho adolescente, siendo esta conducta una característica de los pueblos democráticamente atrasados. Por ello, autoridades y gobernados actuarán sin ética, con la premisa de que hacen todo lo que desean, simplemente porque se puede. Aquí la arrogancia y la impunidad están a la orden del día.

Las recientes masacres se deben al olvido del “Nosotros global”. Se han exaltado los odios y las diferencias, lo que traerá grandes tragedias al planeta.

Analista política. anargve@yahoo.com.mx

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