Una vieja e histórica disyuntiva se vuelve a presentar en nuestra vida nacional para dirimir el futuro del país ante un conflicto que divide y amenaza con fracturar a México. Frente a un modelo populista y autoritario que desarticula y somete al tejido político, social, cultural y económico a los caprichos de una persona, pareciera que la antítesis lógica sería optar por la democracia, por el imperio de la ley, las instituciones y los mecanismos de participación social que enriquecen e impulsan el desarrollo nacional. Sin embargo esto no está resultando sencillo.

La estrategia presidencial para 2021 y 2024 se ha venido construyendo desde el inicio de la gestión: someter al Instituto Nacional Electoral, Tribunal Federal Electoral del Poder Judicial de la Federación y Suprema Corte de Justicia de la Nación; impedir el registro a México Libre; y, otorgar el registro a los nuevos partidos satélites que utilizará Morena para mayoritear en dichas elecciones (Encuentro Solidario, Fuerza Social y Redes Sociales Progresistas).

De lograr Morena la mayoría necesaria en la Cámara de Diputados, el proyecto lopezobradorista podría confluir con el socialismo impulsado por Cuba y Venezuela, a través del Foro de Sao Paulo.

Frente a esta realidad se ve difícil que los partidos de oposición despierten del marasmo en que están abismados desde 2018 y se unan para quitarle a Morena el control de la Cámara de Diputados.

La opción más viable se vislumbra provenga de la sociedad organizada. Lo difícil es que, aun cuando el interés de expulsar del poder al presidente sea el mismo, los grupos contrapuestos superen sus irreconciliables diferencias. El punto no es sencillo de resolver.

De un lado están quienes exigen la renuncia de AMLO porque —argumentan— dejó de ser amenaza para convertirse en destructor de México; quienes exigen decisiones más audaces en materia social (aborto, eutanasia, droga, etc.); quienes quieren retornar al modelo neoliberal, cuyo pecado es la concentración de la riqueza en unos pocos; quienes “chapulinean” para mantenerse en el poder (prófugos del PRI); y, quienes aspiran a un modelo cultural, político, económico y social con rostro humano, orientado al bien común y regido por la justicia, leyes e instituciones, entre otros.

Un reciente intento de unir a todos los grupos bajo las siglas de un movimiento, terminó en la desbandada de contrarios, lo cual no es buen augurio y nos coloca ante una nueva Torre de Babel.

Los líderes sociales deberán resolver las elecciones de 2021, sin olvidar que lo relevante no es quitar a unos para poner a otros, sino construir un nuevo orden social, más justo, libre y humano. El pragmatismo, los protagonismos y los beneficios de corto plazo han dañado más que beneficiado al país. No se puede expulsar de la ecuación los principios y valores que darán sustento al futuro de México, cuando están en pugna dos visiones irreconciliables: la cultura de la muerte y la cultura de la vida.

La construcción de una oposición honesta, eficiente y propositiva parece imposible; pero la realidad nacional lo exige. Ante el modelo autoritario y faccioso que busca cubrir la falta de resultados con discursos, se impone un gran esfuerzo ciudadano capaz de sepultar los protagonismos en aras de propuestas atractivas que contengan y reviertan la lamentable desgracia en que han sumido a México los nuevos “salvadores”, empezando por quien ocupa Palacio Nacional.

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