Reviso a pausas el trabajo de los grandes artistas y mis preferencias están determinadas por la previa acción de mirar con calma y percibir, cuando se puede, con toda claridad, lo que siento mientras miro. No siempre puedo hacer definiciones inmediatas de la emoción. Pero sí, siempre, la emoción va acompañada del hecho de mirar, detenida y conscientemente, lo que sea que tenga enfrente, después viene el hecho de preferir esto, eso o lo que está más allá. Cuando miro, no pienso en los autores ni las fechas, ni me interesan las técnicas. Todo empieza por la sensación y el tamiz más fuerte que se manifiesta erizándome la piel y estrujando mis entrañas, con la simple acción de mirar detenidamente.

Es probable que esas emociones, también estén determinadas, por lo menos en la primera instancia, por los vaivenes de la vida que me hace percibir desde dentro. Nunca está ausente el conocimiento de las cosas, pero es algo que se asoma después. Primero miro y luego toco, si se puede, como cuando tengo la oportunidad de tocar una escultura, por ejemplo; y cuando no se puede, nuevamente, miro con calma y desde la maravillosa emoción de imaginarme cómo sería el roce de mi piel con aquello que estoy mirando y cómo lo acompasa lo que sé y lo que supongo.

Lo interesante de todo esto es que sigo una metodología en la que nunca pienso porque sólo me mueven la emoción y el instinto. Y siempre es nuevo lo que tengo allí, aunque lo haya visto el día anterior. Porque mi estado de ánimo y lo que aprendo a diario, son irremediablemente variables, únicas e irrepetibles, en cada latido de mi corazón. De esta manera, el arte se me multiplica en intensidad, produciéndome una emoción activa, cambiante, enriquecedora y adecuada a cada instante en que miro el objeto de todas esas pasiones que tienen nombres muy diversos, a lo largo de la historia y alrededor del mundo.

Claro que tengo mis favoritos, como mis amores especiales. Y en esta obligada y natural selección para la lista de los preferidos, los puedo contar por docenas y reconocer la historia del arte, porque en cada etapa de la vida tengo a quienes mejor llenan mi ser. ¿Cuáles? ¿Quiénes? ¿Por qué?...¡Me piden nombres y apellidos!

¿Cuáles? Los más sensibles, no importan los nombres, las épocas, ni las técnicas. Me basta con que en ese acto de magia del hecho de mirar, yo entro en un idilio que me representa lo que veo frente a mí o que se me presenta en el ensueño reiterativo de recordarlo eternamente. Es alguien a quien no puedo olvidar, aunque olvide su nombre pero que permanezca más que la ficha técnica, la emoción que me produce entrar de nuevo en contacto con la magia de la memoria sensorial… Si no me eriza la piel, ¡no lo quiero!

Generalmente, sobre todo los que pertenecen a la historia y sólo puedo entrar en contacto con ellos en sus nuevos recintos que son los museos, recuerdo su nombre, porque me gusta presumir de su existencia con mis alumnos y, con suerte, llegar a compartir el enamoramiento que me embarga. Esa lista es larga y me quedará incompleta porque los que más conozco son los europeos y los mexicanos, por supuesto… Y el mundo del arte es mucho más extenso que lo que aquí puedo mencionar.

Quizá lo que para mí prevalece en todos los tiempos son los artistas que conmueven, esos que a veces me hacen llorar, por los que viajo a dondequiera que estén; los que me hacen sentir orgullosa del arte mexicano o de aquel que queda lejos de mi presencia, pero no de mi vida. Claro que completo mi preferencia con las historias, las técnicas, los tiempos…  Pero lo que siempre está allí es la obra, y trato de estar frente a ella, antes de atreverme a opinar como si fuera docta en el tema.

Si tengo que hablar de los asuntos en los que me fijo, más que en el virtuosismo veo la veracidad de su trabajo con el pincel, la originalidad, la manera de interpretar al mundo en su circunstancia. Personalmente, no me encantan las obviedades, y esto me lleva directamente a un disfrute especial con los artistas de obras abstractas. Y allí, me meto en una camisa de once varas porque ¿cómo saber cuándo es de verdad y cuándo es un farsante?, ¿cuándo es arte y cuándo son intentos de manchar la tela?, ¿cuál es el lenguaje, qué es lo que dice?

No hay más que verlos en vivo, saber cómo trabajan, los grados de dificultad sin importar los formatos… Hay que ver, plantarse enfrente y sentir lo que realmente acuda a nuestra emoción, nunca inventar sensaciones para querer impresionar y estar en la línea de alguna locura colectiva. Personalmente, le confío mucho el crédito a lo que siento sin inventos y tengo la certeza de que el arte se presenta y se siente y no me importa impresionar a nadie, sólo me entrego al placer de mirar.

Quizá por todo esto prefiero a los artistas abstractos, donde encontramos el genio, el trazo, su lenguaje, pero no la figura que nos manipula. Es emoción pura y gran alarde de habilidad para realizar los objetos. Pero cada persona está en libertad de preferir lo que le plazca y lo que más y de mejor manera pueda resarcir sus deseos y sus personales huecos del saber y la emoción.

Google News