El domingo 5 de junio pasado, el 52% del electorado del país acudió a las urnas en 14 estados para elegir 12 gobernadores, diputados locales, alcaldes, y en el caso de la Ciudad de México se eligieron diputados al Congreso Constituyente, en una elección única para redactar la primera Constitución de la capital de la República en los 206 años que tenemos como país independiente. Sin duda, es un hecho histórico y político significativo, porque la reforma constitucional que le dio vida a la CDMX como “entidad federativa” rompió con el diseño federal, dicho está de paso, solamente para darle gusto a los chilangos, que se decían discriminados en sus derechos político-electorales, pero que nunca renegaron de los beneficios económicos, culturales y sociales de habitar en el extinto Distrito Federal que, por el contrario, sí hacía y sigue haciendo diferencias significativas con el resto de la población de este país.

Los resultados de la jornada electoral nos dan una idea muy clara del posicionamiento de los partidos políticos a nivel nacional con vistas a la elección presidencial de 2018. No es sorpresa que el PRI no haya logrado la mayoría de los triunfos en las gubernaturas que se había previsto, pues de la expectativa de nueve de 12, los números preliminares apenas alcanzan para cinco, derivado del voto de castigo a los gobiernos locales de extracción priísta como Veracruz, Tamaulipas y Chihuahua, donde —al igual que en Querétaro en el 2015— los ciudadanos decidieron castigar al PRI con un voto de rechazo, el cual nos debe alertar sobre la percepción que tiene el electorado de la institución política, pero sobre todo, la mala percepción de algunos gobernadores que no lograron hacer su trabajo de manera eficaz por la opacidad, corrupción, falta de conectividad entre las acciones del gobierno y la identificación ideológica del partido.

Lo que resulta preocupante en nuestra entidad —aunque no hubo elecciones— es que lo medianamente bien que le puede ir electoralmente al PRI en otros estados contrasta gravemente con la actual situación del PRI en Querétaro y sus 18 municipios, donde es inexistente la presencia de este instituto político en todos los sectores de la vida queretana. Los diputados locales brillan por su ausentismo más que por su producción le-gislativa; se han convertido en una oposición “a modo” que ha permitido que el gobierno estatal panista transite como en una carretera libre. Los ayuntamientos presididos por el PRI están perdidos en la opacidad y las ocurrencias de sus presidentes municipales buscan, al igual que los panistas —con el beneplácito de los regidores priístas de oposición—, concesionar todos y cada uno de los servicios públicos que constitucionalmente están obligados a prestar y hoy se niegan a hacerlo bajo el argumento de que no pueden porque no les alcanza el dinero, cuando en realidad es porque son ineficaces en el manejo de sus recursos, porque no tienen la capacidad de ser gobernantes. Los mejores candidatos mediáticamente resultan ser los peores gobernantes. Por ello afirmo, al paso de más de ocho meses, que no debieron ser electos para una responsabilidad pública que no saben en qué consiste ni pueden realizar con eficacia.

Sin embargo, el peor de los casos es el de la inepta dirigencia interina del PRI estatal que lejos de unir, divide a la militancia; que lejos de trabajar, engaña al priísmo; que lejos de ser oposición responsable, es servil y vendida a los intereses del partido que gobierna el estado; que lejos de ser democrática, es autoritaria y ha convertido al comité directivo estatal en una cueva de ladrones y en un club de compadrazgos y de sucias complicidades. Esa es la fotografía de la dirigencia priísta, encabezada por quien ha demostrado ser incapaz, violento y un esbirro adicto al poder por el poder, como su cabecilla —y de paso asiduo a los líquidos diáfanos, incoloros, inflamables y de olor fuerte que se fermentan.

Ejemplo claro es la farsa que montaron hace unos días para armar, a su antojo y conveniencia, una supuesta planilla única para renovar el consejo político estatal, vencido desde el año pasado, en la cual con chantajes, amenazas y abusos redujeron los espacios de participación y los pocos lugares que quedaron los asignaron por “dedazo” a quienes hoy les son adeptos, unos por servilismo, otros por miedo a las represalias, y los menos que les son incómodos fueron aceptados bajo el principio de la exclusión y el veto para justificar su falaz argumento de inclusión y democracia interna. Sin embargo, la verdadera militancia priísta fue excluida como en el sexenio pasado. Quienes somos muy incómodos para los calzadistas, quienes representamos una corriente crítica y distinta, fuimos castigados con nuestra exclusión en los órganos y actividades del partido, a pesar de tener mayores merecimientos que los neopriístas arribistas, todo ello como un ejemplo más de su temor fundado a ser exhibidos por su incapacidad, soberbia y cobardía.

Abogado y profesor en la Facultad de Derecho de la UAQ

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