Ocurre que los humanos somos seres hechos de razones y emociones, buenas o malas, positivas o negativas, ambas. Las emociones y las razones también nos acompañan y nos abandonan a lo largo de nuestra vida. Algunas se quedan y se visten de convicción y las otras en amores perennes. Dicen que la sensatez es algo cercano al equilibrio entre la cabeza y el corazón. Tal vez por ello la sonrisa sea siempre su tarjeta de presentación.

La emoción llega sin previo aviso, pero obedece a circunstancias que tienen mucho que ver con todo aquello que llevamos en nuestro interior desde el vientre materno hasta la actualidad.  Es como cuando tomamos un libro que desconocemos y comenzamos a leer sus primeras páginas y en ello surge algo que nos motiva a no soltarlo hasta que irremediablemente nos atrapa en su lectura. Comienzan a surgir en nuestro interior el gusto, el deseo, la curiosidad y muchos otros pequeños anzuelos que mordemos como peces incautos en un amanecer cualquiera.

Así va ocurriendo también con las ideas y propósitos que vamos haciendo nuestros al paso de los años y con madurez les colocamos en su justa dimensión para ver en ellos las razones de la vida misma. El tiempo se encarga de mostrarnos como muchos crecen y se fortalecen hasta ganarse un boleto sin límite de uso y con derecho permanente de picaporte para pasar de largo por la oficina de nuestra propia conciencia.

La emoción carece de requisitos protocolarios y nos mueve a realizar tal o cual tarea y responsabilidad, por muy importante que puedan ser, con esa alegría de niños jugando y entonces cosas como el estudio, el trabajo, los quehaceres del hogar, la colaboración para con los demás y las actividades recreativas, se realizan con un gusto especial que al tiempo las llega a convertir en verdaderas pasiones.

Las razones por sí solas, son los motivos y propósitos, que obedecen más a nuestras necesidades, al deber ser y actuar ante las circunstancias cotidianas y a aquello que la propia vida nos pone enfrente. El empleo diferente a aquello que nos encanta hacer; el enfrentar contingencias no deseadas; los quiebres que enfrentamos ante las crisis generales y ante las propias, son ejemplos de condicionantes para actuar de una manera donde debe imperar la razón por sí misma para nuestra subsistencia.

Hay otros momentos, aquellos donde la emoción decide emprender un viaje sin avisar a donde y mucho menos cuando le dará la gana regresar. Son los momentos difíciles donde uno tiene que coquetear con la razón para tomar decisiones o en su defecto, hacer maletas y tratar de averiguar a donde se marcha la emoción para ir tras de ella. Sin embargo, la razón no desaprovecha el coqueteo y nos dice que sí, pero adquiere un papel lleno de sobriedad y formalidad, buscando acotar nuestro margen de maniobra.

Pero ocurre algo distinto y mágico cuando la emoción y la razón se encuentran. Nos transforman y potencializan en nosotros el ánimo y el talento. Nos regalan un pase gratuito para circular a gran velocidad por la autopista de la felicidad. Es entonces que uno se explica el por qué de las cosas en las que te puede ir la propia vida. Esos encuentros entre la razón y la emoción son los que van presentándonos en las comunidades a las personas que llegan a ser en realidad necesarias por todo aquello que propician con su actuar lleno de razones y emociones fascinantes.

Estoy cierto que si llevo estas líneas a otro contexto, el de nuestra entidad, ésta tiene sinnúmero, tanto de emociones como razones para que en su encuentro mágico, siga siendo un lugar ideal para la mayoría de sus habitantes. Aquí, el trabajo de mantenerlas juntas depende mucho más de todos que de cada uno en lo personal. Su historia, su presente, sus oportunidades y sus retos, hay que continuarlos por el camino donde el encuentro sea la razón de la emoción, para seguir manteniendo habitable este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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