“Siempre es preferible el ruido de la prensa al silencio de la tumba de las dictaduras”, la frase es de Dilma Rousseff, expresidenta de Brasil, la cual tiene muchas variantes que podemos resumir en que los totalitarismos crecen en el silencio y las democracias en el bullicio; es un lugar común pero hay que repetirlo constantemente para entender el papel que juega la prensa en las democracias.

El silencio llega a tener tanto valor como mercancía para lucrar y aprovechar las circunstancias de un sistema político con guante de democracia pero con puño de dictadura, como lo fue el siglo XX priista. Ese es el trasfondo en el que transcurre la novela El Vendedor de Silencios de Enrique Serna, recientemente publicada por Alfaguara. La novela trata sobre la vida del periodista Carlos Denegri, reportero del antiguo Excélsior, quien fue reconocido como de los mejores ejecutores del oficio periodístico pero que era éticamente reprobable y que el propio autor de la novela ha designado como el personaje que institucionalizó la corrupción periodística en México.

Al igual que en novelas, como El seductor de la patria donde retrata la vida del dictador Antonio López de Santa Anna y recrea el México decimonónico, Enrique Serna recrea una parte del sistema político mexicano del siglo XX como lo es la prensa y su relación con el poder. Por ello, la figura elegida es la de Carlos Denegri, que viene a representar la quintaesencia de la cloaca periodista del sistema de medios del siglo XX. Y dentro de la novela también figura la antítesis de éste: Julio Scherer, mote que le puso Regino Hernández Llergo porque vio cómo rechazó un soborno que le ofreció un político, según cuenta Manuel Becerra Acosta en su libro Dos Poderes. En dicha obra, Becerra Acosta retrata a Denegri, quien era temido porque “publicaba lo que le fuera en gana, se tratase del chisme político difamatorio, la amenaza al funcionario o al hombre de empresa, el asunto de la vida privada”.

Julio Scherer lo describe como “dotado como ninguno para nuestro oficio, protegido de sus borracheras sin control por el gobierno que lo usaba a su antojo, se comportaba como le venía en gana. En la redacción sabíamos por cierto que más de una vez se había presentado ante un funcionario para mostrarle dos textos sobre un asunto delicado. El reportaje de la izquierda le costaría tanto si se publicaba y el de la derecha tanto si no aparecía en letras de molde. El funcionario elegía.” De allí el nombre que eligió Serna para nombrar su novela: El Vendedor de Silencios. Todo se resume en el diálogo que tiene el propio Denegri con el director de Excélsior Rodrigo de Llano: “En este negocio no sólo vendemos información y espacios publicitarios: por encima vendemos silencio”. La obra de Enrique Serna recrea al periodista y nos lo intenta explicar en el contexto del sistema en que vivió. Nunca busca la empatía hacía el personaje corrupto y violento que era Denegri, sino entender como era el sistema que permitió que alguien así se encumbrara en la tribuna más alta del periodismo de México.

El periodismo mexicano del siglo XX era adicto al poder por la dependencia hacia el dinero público: “Aquí el gobierno es el principal cliente de los diarios, no los lectores. Todos trabajamos para el mismo patrón y nadie puede darse baños de pureza”, resume Carlos Denegri. Este libro aparece en un momento donde la prensa mexicana tiene que redefinir su rumbo; los recortes en materia de publicidad oficial es una oportunidad de hacer un periodismo pensando en los lectores y no en complacer al gobierno. Además, de reabrir la discusión sobre el financiamiento de dicha publicidad oficial y establecer mecanismos legales para que esta tenga reglas claras y no se asignen al contentillo del gobernante en turno quien, como dijo el expresidente José López Portillo: no pago para que me peguen.

Periodista y sociólogo. @viloja

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