Barriales es una comunidad situada a 20 kilómetros de Jalpan, ahí vive Bonifacio Cruz Morán, quien nació en San Pedro Escanela, en el año de 1939; menciona que sus papás eran de San Joaquín pero, “como no teníamos un lugar donde vivir andábamos como las piedras: rodando por todas partes. Pero, eso sí, dondequiera que pasábamos cada año hacíamos el altar a nuestros difuntos”.

El señor Bonifacio describe la forma en la que coloca su altar: “Se levanta en la víspera y al otro día tempranito se colocan las ofrendas a los angelitos. El día dos, al mediodía se retiran las ofrendas, se reparten y se comen. Se despide con pólvora a los angelitos y se recibe a las ánimas con rezos colocándoles otras ofrendas que duran hasta el tres de noviembre y se quitan al mediodía para compartirlas con algunos invitados. El misterio de las ánimas es todo el mes de noviembre. El altar se deja hasta que se seca la flor de cempasúchil; a veces lo dejamos hasta tres meses.

“Cuando se levanta el altar, los arcos no se desbaratan, se guardan para el siguiente año, sólo se quita la flor seca que se despochina. La semilla se guarda para sembrarla en junio, el mero día de San Juan, que es cuando más llueve, o a más tardar el día de San Pedro y San Pablo. Si se siembra después ya no alcanza a florecer para los últimos días de octubre. Las flores que yo le pongo a mi altar vienen desde muy atrás, de muchos años, siempre son las mismas, pero nuevas cada año”.

En la memoria de Cruz Morán existen recuerdos de esta antigua tradición: “Antes se levantaba la ofrenda de los angelitos con rezos y música. Se juntaban los músicos y los rezanderos para ir casa por casa, acompañados por una procesión de gente, entre la que se repartía la ofrenda.

“Desde que tengo memoria, nunca ha faltado el altar en mi casa. Así me enseñaron mis padres, así les enseño yo a mis hijos. Les digo que no abandonen a los difuntos, ya que si lo hacen les podría suceder lo mismo que a un hombre que olvidó honrar a las ánimas, esto me lo platicaron mis papás:

“Hubo una vez un hombre que no hizo ofrenda. Ya era el día tres de noviembre y andaba entre el monte muy despreocupado cortando leña por la tarde, cuando oyó voces. Sin aguantar la curiosidad fue a ver de quién se trataba ya que se le hizo muy raro que alguien anduviera a esa hora en el cerro. Su sorpresa fue muy grande cuando vio que se trataba de las ánimas de su pueblo, que se preguntaban unas a otras qué cosas les habían colocado en el altar. Una a una mostraron los diversos manjares que los familiares les ofrendaron: panes, gorditas de horno, elotes, frutas, agua, pulque, cigarros, etcétera. Finalmente le tocó el turno a la última ánima, familiar del hombre que estaba espiando. Escuchó que su ánima se quejó que no le habían colocado la ofrenda. Mencionó que sólo su hija (esposa del que estaba escondido) había encendido un ocote que ocultó bajo una olla, para que nadie se diera cuenta, eso había sido todo. Las otras ánimas, en castigo a la abandonada, le cargaron todas las ofrendas que a ellas sí les habían dejado.

“El hombre regresó corriendo a su casa para contar a su mujer lo visto. Asustado, le dijo que levantara la ofrenda, que pusiera una olla de agua en el fogón porque iba a matar un guajolote para el altar. Como ya se había ocultado el sol, el hombre tuvo que subir al árbol donde dormían las aves de corral. Al atrapar a un guajolote de las patas, éste se resistió y pataleó e hizo que el hombre perdiera el equilibrio, cayera al vacio y muriera. El guajolote, aunque voló y se salvó, más tarde de todos modos lo sacrificaron para dar de comer a los asistentes al velorio del hombre que no hizo la ofrenda a las ánimas.

“Este cuento me lo platicaron mis papás cuando yo era niño, después me hice macizo y ahora yo se lo cuento a mis hijos siempre que está por llegar la fiesta del día de muertos en noviembre.”

Escritor

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