15 de septiembre. Noche del grito. 09:pm

En una vieja cantina del Centro Histórico en Ciudad de México un borracho como tantos otros espera a que den El Grito en televisión.

El borracho de la esquina es exactamente eso: un hombre ebrio, anónimo, sentado en la mesa de un rincón, ignorado por todos.

De vez en cuando un mesero le sirve una copa que será su única compañía durante toda la noche.

El tipo dormita, sentado en su silla, se balancea de un lado a otro, parece que en algún momento perderá el equilibrio y se irá al suelo, pero no sucede, no se derrumba, se mantiene estoico como torre de Pisa, chueca pero incólume.

Una parejita sentada en una mesa cercana lo ve y ríe entre dientes, esperan a que el borracho caiga y se despierte, espantado. Pero no sucede. La parejita no sabe que un borracho profesional puede dormir de pie y doblarse como muñeco de trapo y jamás derrumbarse.

10:pm

En la televisión aparecen las primeras imágenes de “La Noche Mexicana”. Los comentaristas informan que la gente empezó a llegar al Zócalo capitalino desde temprana hora.

Los parroquianos sacuden sus pequeñas banderitas y lucen pelucas afro con los tres colores patrios: el verde de los verdes valles, el blanco de la nieve de los volcanes y el rojo “ de los héroes que nos dieron patria”. El ideario nacional convertido en disfraz de payaso tricolor.

En redes sociales las denuncias de la comunidad empiezan a circular. Hablan de “el mal gobierno” y de los “borregos” que fueron al Zócalo, suben al Face las imágenes “que no se verán nunca en la televisión”. En Internet se una manta armada con camisetas blancas y letras pintadas en el momento con aerosol, es la manta de la ignominia.

En la televisión se ve algo muy distinto. La cámara hace paneo y la gente hace la “ola” y el “¡oleeeeé!”. Del cielo cae confeti y quien sabe que más cosas. Nada de huevos podridos ni puños de harina en el rostro como antes.

10:30pm

Un grupo de extranjeros, gringos al parecer, entra a la cantina, buscan algo para cenar y les perece que en este “restaurante” donde hay mucho barullo, música y gente bailando, podrán cenar tranquilos. Les explicaron que es “la noche mexicana de los mexicano”, pero ellos ni entienden ni les importa, sólo tiene hambre.

El grupo de “gringos” preguntan por corte de carne pero no hay, preguntan por una hamburguesa y papas fritas, pero tampoco hay: preguntan qué hay y les ofrecen pozole picante, tostadas de pata de cerdo con picante, tacos placeros con picante y birria picante. Gracias al chile los extranjeros “moquean”, sudan, patalean y lanzan un “¡WTF!” de vez en cuando.

Un cantante versátil canta rancheras y lo que le pidan. Se acompaña de pistas grabadas y dos bocinas pequeñas que parecen inofensivas pero suenan como sirenas de ambulancia.

El cantante de la cantina tiene la creencia de que a más ruido más diversión. Está seguro de que a los borrachos les encanta escuchar la música a todo volumen y platicar a gritos como si fueran adolescentes en un antro.

11:00pm

El borracho de la esquina se despierta, se alisa los cabellos alborotados, se limpia el hilo de baba que le cuelga de la boca, se toma su copa y pide otra.

En la televisión, el presidente toca la campana, como se supone que hizo el Cura Hidalgo en Dolores.

El presidente grita: “¡Viva Hidalgo!”, “¡Viva Morelos!”, “Viva Josefa Ortiz de Domínguez!”. En las bocinas del lugar, en lugar de las canciones de José Alfredo, suenan cumbias y un parroquiano quiere bailar con una de las gringas que pelea con un pozole picante.

El borracho de la esquina voltea a ver a la parejita sentada a su lado y sonríe. La parejita cree que el ebrio dirá algo inteligente o les recitará unos poemas etílicos como si fuera un Dylan Thomas mexicano. “Es para la cruda”, dice el ebrio y señala su copa. Se vuelve a quedar dormido en su silla, se balancea de un lado a otro, siempre a punto de caer al suelo.

En la televisión el presidente grita: “¡Viva México!” tres veces.

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