En tierras lejanas, las de acá, las de 30 grados centígrados, la de los fuertes vientos, la letra de Cielito Lindo suena distinto. Suena a pasión, a mexicanos quienes, a pesar de ser golpeados por un país que parece seguir sin ver por los que menos tienen. ¡Qué ironía! En Brasil no importa de dónde eres, quien eres, todos somos iguales. Es la plaza Irasema, un día después del 0-0, que al parecer fue un acuerdo por la fraternidad, la amistad, la alegría que nos une. Aun quedamos los rezagados, los que ya no podemos gritar porque se nos ha ido la voz. A lo lejos en se alcanza a escuchar a Café Tacuba, es La Ingrata, la que canta todos los mexicanos con la poca voz. Eran pocos y al minuto de la canción éramos cientos, después le tocó el turno a Molotov, y así un play list que salía de un iPod de alguno de ellos. Eran las 10, poco a poco se expandían, viajes largos para unos, de 8 a 12 horas en camión, otros en coche, el destino es Recife, dicen que es la ciudad número nueve en el mundo con rascacielos, la de los hospitales especializados. Ahí donde las brasileñas se hacen su hojalatería y pintura. Dicen que son un millón y medio, y que la las horas pico son mortales, por eso la gente anda en moto, que su estadio se llama Pernambuco y recibe 46 mil aficionados, seguro asientos ocupados por unos 20 mil de los nuestros. Ahí es donde se pintará la historia, no en el Brasa, no en el Camerún. Ahí frente a los croatas, que no sabemos mucho de ellos, pero eso no importa, por lo menos acá ni Brasil nos opaca, nadie nos corta las alas, por eso Mexico canta y no llores, que viene lo mejor...

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