“La realidad es que nadie quiere rendir entrevista”, informó un agente policiaco de Michoacán a sus superiores. Había llegado el reporte de un enfrentamiento en una comunidad perdida de Carácuaro, en Michoacán. Al arribar al lugar, la policía encontró vestigios de un fuerte tiroteo.​

Había una granada de humo, un arma larga, una camioneta Nissan NP300 agujerada por las balas y cientos de casquillos percutidos en los alrededores.​

No había, sin embargo, ningún cuerpo.​

“Únicamente se encontró un miembro humano, una mano izquierda”, reportó el agente.​

La policía advirtió que los habitantes de la comunidad tenían miedo de hablar. Lograron ubicar al fin a alguien que se animó a contarles que, aquel día, gente de La Familia Michoacana “correteó” a un grupo del CJNG que se desplazaba en la Nissan. Los “jaliscos” se resguardaron en una casa que estaba en construcción, y ahí intentaron resistir.​

Finalmente los rodearon, los masacraron y se llevaron los cuerpos en una camioneta, “por la brecha que lleva a Tiquicheo”.​

Al día siguiente se reportó el hallazgo de 12 cadáveres, apilados en la batea de una camioneta abandonada en la carretera San Lucas-Huetamo, a cuatro horas y media de camino del lugar en donde había ocurrido el misterioso enfrentamiento referido líneas arriba.​

Las víctimas habían sido acribilladas con armas largas. A una de ellas le habían amputado las dos manos, y sus verdugos las dejaron a un lado del cuerpo.​

Otro de los cadáveres tenía amputada la mano izquierda. La misma, al parecer, hallada en Carácuaro.​

Había una cartulina: “Discúlpame Chito Cano. Se me olvidó tu regalo de día de las Madres pero hay (sic) te lo mando. Atte. La Familia Michoacana”.​

Alejandro Carranza Ramírez, Chito Cano, es el operador del Cártel Jalisco en los límites de Michoacán, Guerrero y el Estado de México.​

La camioneta Nissan había sido robada en la capital del país desde septiembre: un insumo más en la que guerra sin cuartel que han desatado el Cártel Jalisco y la Familia Michoacana.​

La masacre es una de las más numerosas en los últimos meses. Se inserta en un clima de creciente violencia en el que videos con torturas y narcoejecuciones son subidos por los grupos delictivos a las redes sociales cada vez con más frecuencia.​

La masacre de Huetamo parece ser la respuesta a un terrible video que circuló dos días antes, en el que sicarios del Cártel Jalisco interrogan a un jovencito que confiesa trabajar para la Familia Michoacana: el joven es descuartizado vivo en medio de horribles gritos de dolor.​

Según versiones recogidas entre policías de la zona, la víctima era sobrino de Medardo Hernández Vera, alias Lalo Mantecas, uno de los más buscados en la región.​

Hernández Vera es lugarteniente de la Familia Michoacana y miembro del círculo cercano de los jefes de ese grupo: Johnny Hurtado Olascoaga, El Pez, y su hermano, José Alfredo Hurtado, apodado El Fresa.​
Apenas el 23 de marzo pasado, otros ocho cuerpos fueron hallados en la caja de una camioneta en El Manzanillal 2, en la zona de Lázaro Cárdenas.​

Horas después de la masacre, se reportó que “motosicarios” habían ingresado en un domicilio de Puruándiro para acribillar a seis integrantes de una familia (mataron a cuatro mujeres y un hombre, y dejaron herido a otro).​

La región en que colindan los tres estados está convertida en una caldera: una zona de guerra en donde la gente se muere a racimos. El secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, ha reconocido que solo en Michoacán se comete un promedio de siete asesinatos cada día.​

Los saldos de esa guerra se hacen visibles cada día. Lo que no se ve ni un día ni el otro es la estrategia que pueda arrancar a los habitantes de la zona de ese infierno. ​

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