La protesta social en Brasil tomó por sorpresa a muchos en México, en donde la opinión generalizada ha sido que ese país y su economía son íconos de una buena estrategia socioeconómica y política, y su ex presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, un ejemplo de pragmatismo exitoso. Pero los hechos recientes van a acabar desmintiendo ese malentendido. Como ocurrió hace varios años con otro de estos íconos (Irlanda), en Brasil la transformación de estos nueve años no fue sólida.

El crecimiento en Brasil fue alto desde la llegada de Lula, pero sólo hasta 2009, cuando el mundo cambió por la explosión de la burbuja de deuda estadounidense. A partir de ahí, la marea bajó y quienes nadaban en el mar sin traje de baño quedaron expuestos. Uno de ellos fue Brasil.

La inflación también había bajado hasta 3.1% en diciembre de 2006, pero esa tasa hoy se ve imposible de lograr, excepto con una gran recesión. Se había logrado en gran parte con una fuerte apreciación de la moneda brasileña, lo que abarató las importaciones. El primer gran error fue mantener demasiado alta su tasa de interés cuando la inflación había bajado y con ello atraer capital golondrino y causar una sobrevaluación de la moneda.

Algo que tenía buena intención, pero que acabó mal, fue que Lula aceleró el alza del salario mínimo hasta casi duplicarlo, con lo que supuestamente estaba sacando de la pobreza a millones, apoyado además en un programa de subsidios que en México se busca copiar.

Las familias hoy dedican 40% de su ingreso al pago de servicio de su deuda, a tasas de interés, sobre todo al consumo, de lo más caro del mundo. En contraste, la inversión bruta fija como porcentaje del PIB no llegó ni a 20% a la salida de Lula, con todo y el fuerte desarrollo de Petrobras.

Lo relevante es que el gobierno brasileño vendió falsas expectativas y ahora enfrenta decisiones muy difíciles, al haber perdido la gran oportunidad de precios de materias primas muy altos y grandes flujos de inversión internacional.

Economista

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